El juicio político no logró generar cambios en la opinión pública. Aquí las razones.
El miércoles pasado el Senado votó a favor de absolver al Presidente Trump de los cargos de abuso de poder y obstrucción a la justicia.
A pesar de todos los hechos irrefutables y medulares de esta historia, siempre se supo que el proceso solo cambiaría muy pocas opiniones. No importaba cuán robusto fuese el caso presentado por los Demócratas, la alta posibilidad de que no hubiese una sola verdad aceptada siempre estuvo presente.
El hecho viene a resaltar un problema preocupante para nuestra cultura democrática. No importa cuánta evidencia exista en prácticamente cualquier tema, no va a ser capaz de mover la opinión pública en una dirección u otra. Podemos atribuir parte de esto al partidismo que hace que algunas personas se rehúsen a reconocer y aceptar verdades que son inconvenientes sobre su postura.
Pero hay otro problema, igualmente inquietante. Vivimos en un ecosistema de medios que saturan de información a la población. Parte de esa información es precisa, parte es falsa, y gran parte es intencionadamente engañosa. El resultado es una política que cada vez más se ha abandonado la búsqueda de la verdad. Tal como Sabrina Tavernise y Aidan Gardiner lo señala en un artículo publicado por el New York Time, “la gente está aturdida y desorientada y lucha por discernir qué es real dentro de un mar de sesgos, mentiras y hechos”. Es por esto que, en parte, un evento histórico trascendental como un juicio político a un presidente no logra generar cambios en la opinión pública.
El desafío medular que enfrentamos en la actualidad es la saturación de información y un sistema de medios que puede ser vulnerado fácilmente. Si sigues el acontecer político, sabes qué tan agotador es el ambiente. El enorme volumen de contenido, el vertiginoso número de narrativas y contranarrativas y la velocidad de los nuevos ciclos noticiosos resultan ser demasiado para que alguien los pueda procesar.
Una respuesta a lo anterior es alejarse y desconectarse por completo. Después de todo, requiere de mucho esfuerzo navegar entre tanta mentira, y la mayor parte de las personas tienen una vida ocupada y un bando de ancha limitado. Otra reacción es refugiarse en lealtades de tribus. Está el Equipo Liberal y el Equipo Conservador, y todos saben más o menos a cuál pertenecen. Por lo que te apegas a los lugares que te nutren de la información que más quieres oír.
Mi colega de la revista Vox, Dave Roberts, lo llama “crisis epistémica”. Las bases que permiten sostener la verdad compartida, afirma, han colapsado. No lo rebato, pero abordaría el problema de manera distinta.
Vivimos en una época que produce nihilismo.
Para muchos el problema no se trata propiamente de una negación de la verdad. Es más bien un cansancio creciente por la búsqueda de la verdad. Y ese agotamiento conlleva a que más y más personas abandonen la idea de que la verdad es alcanzable.
Digo que el nihilismo es “producido” porque es la consecuencia de una estrategia intencionada. Orquestada casi a la perfección por Steve Bannon, el ex jefe de Breitbart News y jefe de campaña de Donald Trump. “No importan los Demócratas”, dijo Bannon reiteradamente el 2018. “La verdadera oposición son los medios de comunicación. Y enfrentarnos a ellos requiere saturar los medios de mentiras”.
La idea no es nueva, Bannon simplemente supo cómo articularla. Idealmente la prensa debería separar la verdad de la mentira y entregarle al público la información que necesitan para tomar decisiones políticas bien informados. Si se obstruye el proceso saturando el ecosistema con desinformación y se sobrecarga la capacidad que tienen los medios de mediar, entonces se puede cortar el proceso democrático.
Lo que estamos enfrentando en una nueva forma de propaganda que no era del todo posible antes de la era digital. Y no se logra creando un consenso en torno a un discurso en particular sino enturbiando las aguas de manera que el consenso no sea posible.
El objetivo político de Bannon es bastante claro. Tal como lo manifestó en una conversación en el marco del Conservative Political Action Conference de 2017, para él Trump es como un cartucho de dinamita con el cual poder hacer estallar el orden establecido. Por tanto, “saturar los medios” es la manera de alcanzar ese objetivo. Sin embargo, en términos más generales, se trata de diseminar un cinismo con respecto a la verdad y las instituciones con el propósito de desmantelarlas y erosionar los cimientos mismos de la democracia liberal. Y la estrategia está dando resultados.
¿Qué significa saturar los medios?
Durante gran parte de la historia reciente, el objetivo de la propaganda fue reforzar una narrativa consistente. Sin embargo, saturar los medios tiene un enfoque diferente: busca desorientar a las audiencias con una avalancha de relatos que compiten entre sí.
Y esto produce un cierto nihilismo en donde las personas se vuelven tan escépticas respecto a la posibilidad de encontrar la verdad, que abandonan la búsqueda. El hecho de que 60 por ciento de los estadounidenses diga que encontraron reportajes sobre el mismo tema que se contradecían entre sí, es un ejemplo de lo que estoy diciendo. Dada esta confusión, no es de sorprender que menos de la mitad del país confíe de lo que lee en la prensa.
Bannon articuló muy bien la filosofía de saturar los medios con mentiras, pero no fue su inventor. Vladimir Putin fue pionero en articularla en la era post-soviética de Rusia. Putin usa los medios para poner en marcha una niebla de desinformación al producir la suficiente desconfianza que asegure que el público no pueda movilizarse en torno a una narrativa coherente.
En octubre hablé con Peter Pomerantsev, un ex productor de realities nacido bajo la Unión Soviética, hoy dedicado a la academia y autor de un libro que analiza la estrategia de propaganda de Putin. El objetivo, me contó, no era vender una ideología o una visión del futuro; por el contrario, se trata de convencer a las personas de que “no se puede conocer la verdad” y que la única alternativa razonable es “seguir a un líder fuerte”.
Una de las principales razones del éxito de la estrategia, tanto en Estados Unidos como en Rusia, es que coincidió con un momento en el que se dieron las condiciones políticas y tecnológicas para que prosperase. La fragmentación de los medios, la expansión de internet, la polarización política, redes sociales con líneas de tiempo sesgadas y cámaras de eco: todo esto permitió que la estrategia de “saturar los medios con mentiras” funcionase.
El rol de las instituciones “guardianas” también ha cambiado significativamente. Antes de internet y las redes sociales, la mayoría de las personas recibían las noticias de un puñado de periódicos y canales de televisión. Estas instituciones funcionaron como árbitros, denunciando las mentiras, verificando los hechos, etc. Y tenían la habilidad de controlar el flujo de información y fijar los términos de la conversación.
Hoy en día estas instituciones siguen siendo importantes en términos de fijar un piso mínimo respecto del acontecer político, pero es tanta la competencia por las visualizaciones y las audiencias, que se ven alterados los incentivos para definir qué es de interés periodístico y qué no. Al mismo tiempo, los medios de comunicación tradicionales siguen comprometidos con una serie de normas que no son adecuadas para el contexto moderno. En particular, la preferencia por la objetividad en la cobertura política es un problema.
Joshua Green, quien escribió una biografía de Bannon, explicó que lo que Bannon aprendió del juicio político a Clinton en los años noventas fue que para darle forma a una narrativa la historia tenía que salir de la cámara de eco de la derecha y penetrar los medios masivos. Esto es precisamente lo que sucedió con la ahora desmentida historia respecto a la compra de la compañía rusa Uranium One que persiguió a Hillary Clinton desde el comienzo de su campaña – una historia que Bannon le contó al Times a sabiendas de que el supuesto diario liberal la publicaría porque eso es lo que los medios de prensa hacen.
En este caso en particular, Bannon saturó los medios con una historia ridícula no con la intención de persuadir al público de que esta era cierta (a pesar de que muchas personas la creyeron), sino para instalar un manto de corrupción en torno a Clinton. Y los medios de prensa al simplemente publicar una historia, como suelen hacerlo, ayudaron a instalar ese manto de duda.
Estas dinámicas las vemos en funcionamiento todos los días en noticieros de la televisión por cable. La consejera presidencial de Trump, Kellyanne Conway, miente. Miente bastante. Aún así, CNN y MSNBC no han mostrado vacilación alguna en darle tribuna para mentir porque consideran que es parte de su labor dársela a miembros del gobierno, incluso si mienten.
No importa si CNN o MSNBC desacreditan las mentiras de Conway, el daño ya estará hecho. Fox y otros medios de derecha amplificarán sus mentiras y las de otros; ejércitos en redes sociales, ya sean bots o personas reales, también lo harán (@realDonaldTrump no dudará en entrometerse). Los medios de prensa masivos no serán capaces de desmentir todo lo dicho – e incluso si lo hacen estarán ayudando a amplificar las mentiras.
El lingüista de la Universidad de Berkeley, George Lakoff, define lo anterior como “efecto de encuadre”. Según él, si dices “no pienses en un elefante”, no puedes sino pensar en uno. Dicho de otro modo, a pesar de rechazar un argumento, el simple hecho de repetirlo consolida la imagen en la mente de las personas. Por supuesto que refutar sigue siendo útil, pero existe un costo asociado al hacerlo.
Existe evidencia que señala la utilidad del fact checking. Los cientistas políticos Brendan Nyhan y Jason Reifler han demostrados que la reiterada exposición al fact checking sí tiende a mejorar la veracidad de las creencias. Pero el problema con la inundación de los medios es la sobreabundancia de noticias, lo que reduce la magnitud de cualquier historia en particular, no importa qué tan robusta o contundente sea.
En un ambiente como este, por lo general hay muchas cosas ocurriendo al mismo tiempo, lo que se convierte en un constante juego de pegarle-al-topo para los periodistas. Y sabemos que afirmaciones falsas, si se repiten lo suficiente, se vuelven más creíbles a medida que más se comparten; a esto algunos psicólogos lo han denominado como el efecto de la “verdad ilusoria”. Resulta que nuestro cerebro tiende a asociar la repetición con la veracidad. Es más, algunas investigaciones recientes bastante interesantes descubrieron que cuantas más personas encuentran información, es más probable que se sientan justificados a difundirlas, sin importar si es cierta o no.
Saturación de los medios, polarización y por qué mucha gente aún no sabe qué hizo Trump
Lo anterior se entrecruza con la polarización política de manera preocupante. Una consecuencia de la confusión generalizada respecto a lo que acontece, es que las personas se sienten más a gusto tomando partido por su tribu política. Si todo está en juego y es difícil escudriñar las narrativas en confrontación para llegar a la verdad, entonces solo hay espacio para la política de guerra cultural. Hay un “nosotros” y un “ellos”, sin la posibilidad de que exista la persuasión.
Vale la pena resaltar la asimetría de la polarización. La izquierda recibe sus noticias predominantemente de organizaciones como el New York Times, el Washington Post o canales de noticias del cable como MSNBC o CNN. Algunos reportes son sin duda sesgados, y probablemente a favor de los liberales, sin embargo, aún (en su mayoría) están anclados a la ética periodística básica.
Tal como lo explica un reciente libro publicado por tres investigadores de Harvard, esto no ocurre con la derecha. Los medios conservadores funcionan más como un sistema cerrado, con Fox News como pivote. Los medios de derecha están menos comprometidos con la ética periodística convencional, existen mayormente para propagar las mentiras que ellos mismos producen.
Todo esto ha creado una atmósfera que le ha servido a Trump. Su gobierno tuvo mucho éxito enturbiando las aguas respecto a Ucrania y el juicio político: congresistas republicanos ayudaron al repetir incesantemente los temas de discusión del gobierno.
El hecho es que Trump sí hizo lo que los Demócratas lo acusan de hacer. Sabemos, con absoluta certeza, que el presidente intentó que un gobierno extranjero investigara a un familiar de uno de sus contrincantes políticos. Y lo sabemos gracias a los testigos que declararon ante el Comité de Inteligencia de la Cámara de Representantes y porque la propia Casa Blanca, durante el mandato de Trump, liberó una transcripción de la llamada, demostrando su veracidad.
Sin embargo, todos los datos de encuestas que tenemos sugieren que la opinión pública sobre Trump y Ucrania se mantuvo prácticamente inalterable. Nuevamente, una parte de esto es pura obstinación partidista. No obstante, hay buenas razones para creer que el enturbiamiento de las aguas por parte de la derecha – ya sea inventar la historia de Ucrania y Hunter Biden, publicar teorías conspirativas, pregonar incesantemente la propia versión de los hechos de Trump, etc. – sí tuvo algo que ver.
Lo que ocurrió con la cobertura de los juicios, ya sea por parte de la prensa convencional como de los medios de derecha, fue que dio a entender que estas contranarrativas son parte del debate público, reforzando la atmósfera general de duda y confusión. Es por esto que saturar los medios es un problema casi insoslayable para la prensa.
El viejo modelo ya no da el ancho
La forma en que se llevó a cabo el juicio político subraya la manera en que el nuevo ecosistema de medios representa un problema para nuestra democracia.
Hay que pensar en la saturación de los medios no tanto como una estrategia desplegada por una persona o un grupo sino más bien como una consecuencia natural del modo en que estos funcionan.
No es necesario un titiritero que manipule las cuerdas de los medios. La carrera por el contenido y la necesidad de visualizaciones, es más que suficiente. Bannon y Conway pueden generar conmoción al llenar los medios de sinsentido.
Trump puede poner en marcha todo un ciclo de noticias con solo unos pocos tuits descabellados o una absurda rueda de prensa. El ciclo de los medios es fácilmente controlado por la desinformación, insinuaciones y contenido escandaloso. Esto se debe a que las normas que regulan el periodismo y la política económica de los medios hacen que sea muy difícil ignorar o desmentir historias falsas. Esta es la raíz de nuestro problema de nihilismo, y no se vislumbra solución alguna.
El instinto de la prensa convencional siempre ha sido imponerse sobre las mentiras exponiéndolas como tales. Pero ya no es tan simple como antes (si es que alguna vez lo fue). Hay demasiadas afirmaciones que desmentir y demasiadas narrativas en conflicto. Y la decisión de reportear algo es de por sí una decisión que permite amplificarlas y, en algunos casos, normalizarlas.
Es probable que necesitemos un cambio de paradigma respecto a cómo la prensa cubre la política. Sin embargo, casi todos los incentivos que impulsan a los medios van en la línea opuesta a este tipo de replanteamiento. Por lo que es probable que estemos atrapados con este problema por mucho tiempo.
Y como suele suceder, el diagnostico es mucho más fácil que la solución. Sin embargo, la democracia liberal no puede funcionar sin una comprensión compartida de la realidad. Y mientras los medios sean saturados con mentiras, ese entendimiento compartido es imposible.
Traducción: Francisco Larrabe (integrante Equipo Editorial – Revista Heterodoxia)
Publicado el 6 de febrero de 2020 en https://www.vox.com/policy-and-politics/2020/1/16/20991816/impeachment-trial-trump-bannon-misinformation