La mayor debilidad del capitalismo es confundir precio con valor

La mayor debilidad del capitalismo es confundir precio con valor

Mariana Mazzucato

24 mayo 2018 |Mariana Mazzucato | www.weforum.org

La crisis financiera mundial que comenzó en 2008 y cuyas repercusiones seguirán teniendo resonancia en  todo el mundo por muchos años más, ha gatillado diversas críticas hacia el sistema capitalista moderno: que es muy “especulativo”;  que recompensa más a los “rentistas” que a los verdaderos “creadores de riqueza”; y que ha permitido el rampante crecimiento de las finanzas al permitir que el intercambio especulativo de los activos financieros tenga mayor relevancia que las inversiones que generan nuevos activos físicos y creación de empleo.

Los debates respecto al insostenible crecimiento se han vuelto más estridentes y la preocupación no solo está centrada en la tasa de crecimiento sino también hacia dónde se dirige. Entre las recetas para llevar a cabo importantes reformas al “disfuncional” sistema se incluye la creación de un sector financiero más enfocado en inversiones a largo plazo; cambiar las estructuras de gobierno de corporaciones para que se enfoquen menos en los precios de sus acciones y devoluciones trimestrales; subir los impuestos a las rápidas transacciones especulativas; disminuyendo legalmente los excesivos pagos a ejecutivos.

En mi último libro, The Value of Everything, he sostenido que las críticas antes mencionadas son importantes, pero no tendrán la suficiente fuerza para ser capaces de producir las reformas que el sistema requiere, al menos no hasta que tomen una posición relevante en la discusión acerca de los procesos que crean valor económico. No basta con discutir sobre menor extracción de valor y mayor creación de valor. Lo primero por hacer es que el término “valor”, que alguna vez estuvo en el corazón del pensamiento económico, sea revivido y comprendido de mejor manera.

El valor ha pasado de ser una categoría en el corazón de la teoría económica, atado a las dinámicas productivas (la división del trabajo, cambios en los costos de producción), a ser una categoría subjetiva atada a las “preferencias” de los agentes económicos. Muchos problemas, como el estancamiento del salario real, son interpretados en términos de las “elecciones” que los agentes particulares toman dentro del sistema. Por ejemplo, el desempleo se relaciona con las elecciones que los trabajadores toman entre el trabajo o el ocio. El emprendimiento – glorioso motor del capitalismo – es visto como el resultado de las elecciones individualizadas, más que del sistema productivo que rodea a los emprendedores; o para decirlo de otro modo, del fruto del esfuerzo colectivo. A su vez, el precio se ha vuelto el indicador de valor: un bien tiene valor en la medida en que es comprado y vendido en el mercado. De modo que en vez de ser una teoría de valor que determina el precio, es la teoría del precio la que determina el valor.

Pero no solo se ha producido un cambio fundamental en la idea de valor, también se ha establecido una narrativa distinta. Al enfocarse en los creadores de riqueza, la toma de riesgo y el emprendimiento, esta narrativa ha permeado tanto el discurso público como político. Llega a ser tan rampante que incluso “progresistas” críticos al sistema algunas veces lo aceptan sin darse cuenta. Cuando el Partido Laborista inglés perdió las elecciones de 2015, algunos de sus líderes sostuvieron que la derrota se debió a que no se preocuparon lo suficiente de los “creadores de riqueza”. ¿Y quiénes eran los creadores de riqueza? Las empresas y empresarios que los lideraban. Lo que alimenta la idea que el valor es creado en el sector privado y distribuido por el sector público. ¿Pero cómo es posible que el partido que tiene la palabra “laboral” en su nombre no vea a los trabajadores y al Estado como partes igualmente vitales dentro del proceso de creación de riqueza?

Dichas afirmaciones respecto a la generación de riqueza se han vuelto inamovibles y difíciles de superar. Como resultado de aquello, quienes dicen ser los creadores de riqueza han monopolizado la atención de los gobiernos con el famoso mantra: menos impuestos, menos regulación, menos estado y más mercado. Al perder nuestra capacidad de reconocer la diferencia entre creación de valor y extracción de valor, les hemos facilitado el definirse como creadores de valor cuando en realidad extraen valor. Comprender cómo las historias sobre creación de valor nos rodean en todo momento, a pesar que la propia categoría no lo hace, es esencial para la futura viabilidad del capitalismo.

Para ofrecer un cambio real, debemos ir más allá de simplemente resolver problemas aislados y desarrollar un marco teórico que nos permita darle forma a un nuevo tipo de economía: una que se ocupe del bien común. El cambio debe ser profundo. No basta con redefinir el PIB para así incorporar los indicadores de calidad de vida, incluyendo mediciones de felicidad, el valor atribuido a labores de “cuidado” no remunerado y la información, educación y comunicación gratis vía internet. Tampoco es suficiente con cobrar impuestos a la riqueza. Si bien todas estas medidas son importantes en sí mismas, no encaran el desafío mayor que es definir y medir la contribución colectiva a la creación de valor, para que así la extracción de valor no tenga la capacidad de presentarse como creadora de valor. Como hemos visto, la idea de que el precio determina el valor y que los mercados son mejores para determinar precios, tiene toda clase de consecuencias nefastas. Para resumir, cuatro puntos a destacar.

Primero. Esta narrativa incentiva a los extractores de valor del sector financiero y otros sectores de la economía. Las preguntas cruciales, como qué tipos de actividades agregan valor a la economía y cuáles simplemente extraen valor para los vendedores, permanecen sin respuestas. Bajo esta forma de pensamiento, el intercambio financiero, los préstamos rapaces  y la financiación de burbujas inmobiliarias, todas, por definición, agregan valor porque el precio determina el valor: si hay un trato por efectuar, entonces hay valor. Siguiendo la misma línea, si una compañía farmacéutica puede vender una droga cien o doscientas veces por sobre el costo, no hay problema alguno pues el mercado ha determinado el valor. Lo mismo vale para los directores ejecutivos que ganan 340 veces más que el trabajador promedio (proporción real en 2015 para compañías del S&P 500). El mercado ha decidido el valor de sus servicios, no hay nada más que decir. Los economistas están conscientes que algunos mercados no son justos, como por ejemplo cuando Google está cerca del monopolio en la búsqueda de publicidad; pero, sin embargo, están tan cautivados por la narrativa de la eficiencia del mercado, que no se preocupan si es que las ganancias son en realidad beneficios bien ganados, o sencillamente rentas. Es más, la distinción entre beneficios y rentas no existe.

El valor de mercado no debería usarse para justificar ciegamente las inequidades.

Imagen: International Labour Organization, Global Wage Report 2016.

La creencia que el precio es igual al valor anima a que las compañías prioricen los mercados financieros y a los accionistas, y ofrezcan lo menos posible a otros actores claves de la empresa, como proveedores, trabajadores, etc. Esta creencia pasa por alto la realidad de la creación de valor como un proceso colectivo. Cuando en realidad todo lo que concierne al negocio de la compañía – en especial el desarrollo de tecnología e innovación que subyace a él – está íntimamente entrelazado con decisiones hechas por los gobiernos electos, inversiones que hacen las escuelas, universidades, agencias públicas e, incluso, actividades de instituciones sin fines de lucro. Los líderes corporativos no son del todo honestos cuando dicen que los accionistas son los únicos que corren riesgos y por tanto merecen la mayor tajada de las ganancias al hacer negocios.

Segundo. Este discurso, ya convencional, desvaloriza y atemoriza a quienes son y podrían ser verdaderos creadores de valor por fuera del sector privado. No es sencillo sentirse grato consigo mismo cuando constantemente se te dice que no eres importante y/o eres parte del problema. Esto es lo que sucede comúnmente con trabajadores del sector público, sean enfermeras, funcionarios públicos o profesores. La rígida escala con que se mide la contribución del sector público y la influencia de la teoría de la Opción Pública (Public Choice) en hacer a los gobiernos más “eficientes”, ha convencido a muchos de estos trabajadores que ellos no son tan importantes. Con esto basta para deprimir a cualquier empleado público e inducirlo a que se marche y se una al sector privado, donde comúnmente hay más posibilidad de hacer dinero.

Esto conlleva a que los actores públicos se ven forzados a imitar a los privados, interesados casi exclusivamente a proyectos de rápidas retribuciones. Más que mal, el precio determina el valor. Usted, como funcionario público, no se atrevería a proponer que su agencia pudiera hacerse cargo, entregar una perspectiva útil a largo plazo para resolver un problema, considerar todas las variables de éste (no solo rentabilidad), gastar los fondos necesarios (pedir un préstamo de ser necesario) y – susurrarlo – añadir valor público. No, usted le deja las grandes ideas al sector privado, a quien se le dice que simplemente “facilite” y permita. Y cuando Apple, o sea cual sea la compañía privada, gane miles de millones de dólares para sus accionistas y varios millones para sus altos ejecutivos, usted no pensará que todas estas ganancias en realidad provienen, en su mayoría, del aprovechamiento del trabajo hecho por otros, como agencias gubernamentales e instituciones sin fines de lucro, o que sean logros alcanzados por la lucha de organizaciones civiles, incluyendo sindicatos, que han sido importantísimos en la lucha por programas de capacitación laboral.

Tercero. Este relato respecto al mercado genera confusión en los políticos. Por lo general, e independiente del sector, quieren ayudar a sus comunidades y su país, y creen que la manera de lograrlo es entregando más confianza a los mecanismos del mercado. Dé un paso al costado y deje que la magia del mercado haga lo suyo: este es el eslogan de los políticos de centro izquierda desde California hasta Austria y Australia. Lo importante aquí es ser visto como amigo del mercado. Como consecuencia de esto, políticos y muchos empleados públicos están a merced de aquellos que dicen ser creadores de valor. Los reguladores terminan siendo presionados por las empresas e inducidos a aprobar políticas que favorecen a sus dueños. Entre los ejemplos, podemos ver cómo los gobernantes de muchos países occidentales han sido persuadidos para reducir el impuesto a las ganancias, a pesar que no hay razón alguna para ello cuando el objetivo está puesto en promover inversiones a largo y no a corto plazo. Los lobistas, por otra parte, con su relato de innovación han presionado a través de la política Patent Box (Opción de patentes), la que reduce impuestos a las ganancias generadas a partir de monopolios basados en patentes de 20 años; a pesar que el mayor impacto de esta política ha consistido en reducir el ingreso fiscal, más que aumentar los tipos de inversiones que motivan la creación de patentes. Todo esto sirve solo para sustraer valor de la economía y hacer menos atractivo el futuro para la mayoría. Como consecuencia de no tener una visión clara del proceso colectivo que involucra la creación de valor, el sector público es “capturado” y embelesado por el relato sobre la creación de riqueza que ha llevado a una regresiva política impositiva regresiva que aumenta la inequidad.

Cuarto. Por último, la confusión entre ganancias y rentas se debe a cómo medimos el crecimiento: PIB. De hecho, es precisamente aquí donde el límite de la producción vuelve para atormentarnos: si todo lo que obtiene un precio es un valor, entonces la manera en que se realiza la contabilidad nacional no es capaz de distinguir la creación de valor de la extracción de valor, de modo que las políticas orientadas a la primera simplemente terminan promoviendo lo segundo. Esto no solo es efectivo para el medioambiente, en donde resolver el desastre de la polución definitivamente sí aumentará el PIB (debido a que se paga por dicho servicio), en tanto que un medioambiente más limpio no lo hará necesariamente (si esto conlleva a menos “cosas” producidas, podría decrecer el PIB), sino además, como vimos con el mundo financiero en donde la distinción entre servicios financieros que alimentan la necesidad de la industria por crédito a largo plazo versus aquellos servicios financieros que simplemente alimentan otras partes del sector financiero no son distinguidas.

Solo con un debate claro respecto al valor pueden identificarse mejor las actividades extractoras de rentas en cada sector, incluido el público, y despojado [deprived] de fuerza política e ideológica.

Extracto del último libro de Mariana Mazzucato, The Value of Everything: Making and Taking in the Global Economy, publicado por Allen Lane.

La mayor debilidad del capitalismo es confundir precio con valor

24 mayo 2018 |Mariana Mazzucato | www.weforum.org

La crisis financiera mundial que comenzó en 2008 y cuyas repercusiones seguirán teniendo resonancia en  todo el mundo por muchos años más, ha gatillado diversas críticas hacia el sistema capitalista moderno: que es muy “especulativo”;  que recompensa más a los “rentistas” que a los verdaderos “creadores de riqueza”; y que ha permitido el rampante crecimiento de las finanzas al permitir que el intercambio especulativo de los activos financieros tenga mayor relevancia que las inversiones que generan nuevos activos físicos y creación de empleo.

Los debates respecto al insostenible crecimiento se han vuelto más estridentes y la preocupación no solo está centrada en la tasa de crecimiento sino también hacia dónde se dirige. Entre las recetas para llevar a cabo importantes reformas al “disfuncional” sistema se incluye la creación de un sector financiero más enfocado en inversiones a largo plazo; cambiar las estructuras de gobierno de corporaciones para que se enfoquen menos en los precios de sus acciones y devoluciones trimestrales; subir los impuestos a las rápidas transacciones especulativas; disminuyendo legalmente los excesivos pagos a ejecutivos.

En mi último libro, The Value of Everything, he sostenido que las críticas antes mencionadas son importantes, pero no tendrán la suficiente fuerza para ser capaces de producir las reformas que el sistema requiere, al menos no hasta que tomen una posición relevante en la discusión acerca de los procesos que crean valor económico. No basta con discutir sobre menor extracción de valor y mayor creación de valor. Lo primero por hacer es que el término “valor”, que alguna vez estuvo en el corazón del pensamiento económico, sea revivido y comprendido de mejor manera.

El valor ha pasado de ser una categoría en el corazón de la teoría económica, atado a las dinámicas productivas (la división del trabajo, cambios en los costos de producción), a ser una categoría subjetiva atada a las “preferencias” de los agentes económicos. Muchos problemas, como el estancamiento del salario real, son interpretados en términos de las “elecciones” que los agentes particulares toman dentro del sistema. Por ejemplo, el desempleo se relaciona con las elecciones que los trabajadores toman entre el trabajo o el ocio. El emprendimiento – glorioso motor del capitalismo – es visto como el resultado de las elecciones individualizadas, más que del sistema productivo que rodea a los emprendedores; o para decirlo de otro modo, del fruto del esfuerzo colectivo. A su vez, el precio se ha vuelto el indicador de valor: un bien tiene valor en la medida en que es comprado y vendido en el mercado. De modo que en vez de ser una teoría de valor que determina el precio, es la teoría del precio la que determina el valor.

Pero no solo se ha producido un cambio fundamental en la idea de valor, también se ha establecido una narrativa distinta. Al enfocarse en los creadores de riqueza, la toma de riesgo y el emprendimiento, esta narrativa ha permeado tanto el discurso público como político. Llega a ser tan rampante que incluso “progresistas” críticos al sistema algunas veces lo aceptan sin darse cuenta. Cuando el Partido Laborista inglés perdió las elecciones de 2015, algunos de sus líderes sostuvieron que la derrota se debió a que no se preocuparon lo suficiente de los “creadores de riqueza”. ¿Y quiénes eran los creadores de riqueza? Las empresas y empresarios que los lideraban. Lo que alimenta la idea que el valor es creado en el sector privado y distribuido por el sector público. ¿Pero cómo es posible que el partido que tiene la palabra “laboral” en su nombre no vea a los trabajadores y al Estado como partes igualmente vitales dentro del proceso de creación de riqueza?

Dichas afirmaciones respecto a la generación de riqueza se han vuelto inamovibles y difíciles de superar. Como resultado de aquello, quienes dicen ser los creadores de riqueza han monopolizado la atención de los gobiernos con el famoso mantra: menos impuestos, menos regulación, menos estado y más mercado. Al perder nuestra capacidad de reconocer la diferencia entre creación de valor y extracción de valor, les hemos facilitado el definirse como creadores de valor cuando en realidad extraen valor. Comprender cómo las historias sobre creación de valor nos rodean en todo momento, a pesar que la propia categoría no lo hace, es esencial para la futura viabilidad del capitalismo.

Para ofrecer un cambio real, debemos ir más allá de simplemente resolver problemas aislados y desarrollar un marco teórico que nos permita darle forma a un nuevo tipo de economía: una que se ocupe del bien común. El cambio debe ser profundo. No basta con redefinir el PIB para así incorporar los indicadores de calidad de vida, incluyendo mediciones de felicidad, el valor atribuido a labores de “cuidado” no remunerado y la información, educación y comunicación gratis vía internet. Tampoco es suficiente con cobrar impuestos a la riqueza. Si bien todas estas medidas son importantes en sí mismas, no encaran el desafío mayor que es definir y medir la contribución colectiva a la creación de valor, para que así la extracción de valor no tenga la capacidad de presentarse como creadora de valor. Como hemos visto, la idea de que el precio determina el valor y que los mercados son mejores para determinar precios, tiene toda clase de consecuencias nefastas. Para resumir, cuatro puntos a destacar.

Primero. Esta narrativa incentiva a los extractores de valor del sector financiero y otros sectores de la economía. Las preguntas cruciales, como qué tipos de actividades agregan valor a la economía y cuáles simplemente extraen valor para los vendedores, permanecen sin respuestas. Bajo esta forma de pensamiento, el intercambio financiero, los préstamos rapaces  y la financiación de burbujas inmobiliarias, todas, por definición, agregan valor porque el precio determina el valor: si hay un trato por efectuar, entonces hay valor. Siguiendo la misma línea, si una compañía farmacéutica puede vender una droga cien o doscientas veces por sobre el costo, no hay problema alguno pues el mercado ha determinado el valor. Lo mismo vale para los directores ejecutivos que ganan 340 veces más que el trabajador promedio (proporción real en 2015 para compañías del S&P 500). El mercado ha decidido el valor de sus servicios, no hay nada más que decir. Los economistas están conscientes que algunos mercados no son justos, como por ejemplo cuando Google está cerca del monopolio en la búsqueda de publicidad; pero, sin embargo, están tan cautivados por la narrativa de la eficiencia del mercado, que no se preocupan si es que las ganancias son en realidad beneficios bien ganados, o sencillamente rentas. Es más, la distinción entre beneficios y rentas no existe.

El valor de mercado no debería usarse para justificar ciegamente las inequidades.

Imagen: International Labour Organization, Global Wage Report 2016.

La creencia que el precio es igual al valor anima a que las compañías prioricen los mercados financieros y a los accionistas, y ofrezcan lo menos posible a otros actores claves de la empresa, como proveedores, trabajadores, etc. Esta creencia pasa por alto la realidad de la creación de valor como un proceso colectivo. Cuando en realidad todo lo que concierne al negocio de la compañía – en especial el desarrollo de tecnología e innovación que subyace a él – está íntimamente entrelazado con decisiones hechas por los gobiernos electos, inversiones que hacen las escuelas, universidades, agencias públicas e, incluso, actividades de instituciones sin fines de lucro. Los líderes corporativos no son del todo honestos cuando dicen que los accionistas son los únicos que corren riesgos y por tanto merecen la mayor tajada de las ganancias al hacer negocios.

Segundo. Este discurso, ya convencional, desvaloriza y atemoriza a quienes son y podrían ser verdaderos creadores de valor por fuera del sector privado. No es sencillo sentirse grato consigo mismo cuando constantemente se te dice que no eres importante y/o eres parte del problema. Esto es lo que sucede comúnmente con trabajadores del sector público, sean enfermeras, funcionarios públicos o profesores. La rígida escala con que se mide la contribución del sector público y la influencia de la teoría de la Opción Pública (Public Choice) en hacer a los gobiernos más “eficientes”, ha convencido a muchos de estos trabajadores que ellos no son tan importantes. Con esto basta para deprimir a cualquier empleado público e inducirlo a que se marche y se una al sector privado, donde comúnmente hay más posibilidad de hacer dinero.

Esto conlleva a que los actores públicos se ven forzados a imitar a los privados, interesados casi exclusivamente a proyectos de rápidas retribuciones. Más que mal, el precio determina el valor. Usted, como funcionario público, no se atrevería a proponer que su agencia pudiera hacerse cargo, entregar una perspectiva útil a largo plazo para resolver un problema, considerar todas las variables de éste (no solo rentabilidad), gastar los fondos necesarios (pedir un préstamo de ser necesario) y – susurrarlo – añadir valor público. No, usted le deja las grandes ideas al sector privado, a quien se le dice que simplemente “facilite” y permita. Y cuando Apple, o sea cual sea la compañía privada, gane miles de millones de dólares para sus accionistas y varios millones para sus altos ejecutivos, usted no pensará que todas estas ganancias en realidad provienen, en su mayoría, del aprovechamiento del trabajo hecho por otros, como agencias gubernamentales e instituciones sin fines de lucro, o que sean logros alcanzados por la lucha de organizaciones civiles, incluyendo sindicatos, que han sido importantísimos en la lucha por programas de capacitación laboral.

Tercero. Este relato respecto al mercado genera confusión en los políticos. Por lo general, e independiente del sector, quieren ayudar a sus comunidades y su país, y creen que la manera de lograrlo es entregando más confianza a los mecanismos del mercado. Dé un paso al costado y deje que la magia del mercado haga lo suyo: este es el eslogan de los políticos de centro izquierda desde California hasta Austria y Australia. Lo importante aquí es ser visto como amigo del mercado. Como consecuencia de esto, políticos y muchos empleados públicos están a merced de aquellos que dicen ser creadores de valor. Los reguladores terminan siendo presionados por las empresas e inducidos a aprobar políticas que favorecen a sus dueños. Entre los ejemplos, podemos ver cómo los gobernantes de muchos países occidentales han sido persuadidos para reducir el impuesto a las ganancias, a pesar que no hay razón alguna para ello cuando el objetivo está puesto en promover inversiones a largo y no a corto plazo. Los lobistas, por otra parte, con su relato de innovación han presionado a través de la política Patent Box (Opción de patentes), la que reduce impuestos a las ganancias generadas a partir de monopolios basados en patentes de 20 años; a pesar que el mayor impacto de esta política ha consistido en reducir el ingreso fiscal, más que aumentar los tipos de inversiones que motivan la creación de patentes. Todo esto sirve solo para sustraer valor de la economía y hacer menos atractivo el futuro para la mayoría. Como consecuencia de no tener una visión clara del proceso colectivo que involucra la creación de valor, el sector público es “capturado” y embelesado por el relato sobre la creación de riqueza que ha llevado a una regresiva política impositiva regresiva que aumenta la inequidad.

Cuarto. Por último, la confusión entre ganancias y rentas se debe a cómo medimos el crecimiento: PIB. De hecho, es precisamente aquí donde el límite de la producción vuelve para atormentarnos: si todo lo que obtiene un precio es un valor, entonces la manera en que se realiza la contabilidad nacional no es capaz de distinguir la creación de valor de la extracción de valor, de modo que las políticas orientadas a la primera simplemente terminan promoviendo lo segundo. Esto no solo es efectivo para el medioambiente, en donde resolver el desastre de la polución definitivamente sí aumentará el PIB (debido a que se paga por dicho servicio), en tanto que un medioambiente más limpio no lo hará necesariamente (si esto conlleva a menos “cosas” producidas, podría decrecer el PIB), sino además, como vimos con el mundo financiero en donde la distinción entre servicios financieros que alimentan la necesidad de la industria por crédito a largo plazo versus aquellos servicios financieros que simplemente alimentan otras partes del sector financiero no son distinguidas.

Solo con un debate claro respecto al valor pueden identificarse mejor las actividades extractoras de rentas en cada sector, incluido el público, y despojado [deprived] de fuerza política e ideológica.

Extracto del último libro de Mariana Mazzucato, The Value of Everything: Making and Taking in the Global Economy, publicado por Allen Lane.

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