Monopoly no siempre fue el juego de mesa más cruel de Estados Unidos

En su reciente autobiografía[1], Matthew Perry, actor de la serie Friends, revela que antes de nacer sus padres pasaron horas y horas jugando Monopoly . Cuenta también que el matrimonio no fue feliz y se separaron siendo él aún muy pequeño. Probablemente el juego no influyó en la separación, pero ciertamente no ayudó a evitarla. La mayoría de los aficionados concuerdan en que Monopoly, si bien no es un juego dañino, sí está diseñado para que los jugadores acaben disgustados.

Las reglas son simples. Cada jugador toma turnos moviendo su respectiva ficha alrededor de un tablero cuadrado. Cada casilla representa una calle importante o un distrito de una ciudad del mundo. El primer jugador que cae en una casilla de propiedad tiene la opción de comprar el terreno, construir casas y hoteles y cobrar renta a quien caiga en ella. Jugada tras jugada, se van acabando los terrenos para los propietarios competitivos que buscan desbancar a sus rivales, quedarse con sus bienes y establecer así un monopolio. Al finalizar el juego, todos, excepto el ganador, permanecen sentados con el ceño fruncido, endeudados con el amigo o familiar con quien negoció, en una exasperante combinación de suerte y avaricia, el dominio del tablero.

Los juegos, en su mayoría,  invitan a los jugadores a superar a sus oponentes; son pocos los que, como Monopoly, promueven la humillación. Sin embargo, en Ruthless: Monopoly’s Secret History (‘Despiadado: La historia secreta de Monopoly’, un nuevo documental del canal PBS, nos enteramos que este no fue siempre el caso, que el juego fue diseñado por primera vez en 1903 por Lizzie Magie, feminista, actriz y poeta carismática. Por aquel entonces, tanto los juegos de mesa como las novelas para niños, en su mayoría, se consideraban instrumentos de enseñanza moral. Magie llamó a su creación Landlord’s Game (‘El juego de los arrendadores’), y lo basó en las teorías del influyente economista Henry George, para quien el valor de la tierra debía compartirse entre la comunidad y no ser extraído por los dueños de esta. El juego, que buscaba representar la maldad de dichos propietarios, se propagó de boca en boca y fue adoptado por las comunidades que modificaron las reglas para satisfacer sus gustos y condiciones.

Una de esas variantes surgió en Atlantic City, en donde un grupo de cuáqueros rebautizó las casillas con los nombres de monumentos locales como Oriental Avenue, Park Place, Boardwalk, que las hacían sentir ambientadas en la comunidad. En la década de los treinta, una pareja de cuáqueros invitó a jugar a su amigo Charles Darrow, un reparador de calefactores. Darrow, que intentaba salir adelante de la depresión económica, les pidió a sus anfitriones que le anotaran las reglas del juego. Tiempo después contrató a un artista para que diseñara el nuevo tablero con líneas claras y bloques de colores que son hoy en día reconocidas en el mundo entero. Luego comenzó a producirlo manualmente y lo vendió a una tienda por departamento local. Monopoly, como lo bautizó, fue todo un éxito.

Sin embargo, Darrow no fue generoso con la historia del juego. En 1935, cuando vendió su versión a la fábrica de juguetes Parker Brothers, les aseguró, por escrito, que el invento era completamente suyo. Cuando los ejecutivos de la compañía descubrieron que este ya era de conocimiento público, recurrieron a la justicia. La Oficina de Patentes de Estados Unidos (U.S. Patent Office) le concedió a Darrow una patente por su versión del juego; para satisfacer a Magie y asegurar los derechos de Landlord’s Game, Parker Brothers le prometió publicar otros dos de sus diseños. Finalmente Magie falleció en 1948. Por desgracia, la revelación más triste del documental es que en el censo ella figura como “creadora de juegos” y con ingresos anuales de “cero dólares”.

Toda esta historia permaneció oculta por mucho tiempo hasta que en la década de los setenta, Ralph Anspach, profesor de economía que había escapado de la Europa nazi, se enfrascó en una batalla legal con General Mills, dueña de Parker Brothers. Anspach había creado una variación del juego de Darrow a la que llamó Anti-Monopoly, la cual criticaba a los carteles del petróleo y otros monopolios capitalistas. El juego se hizo popular en San Francisco, donde vivía Anspach, pero pronto recibió una carta que le exigía cesar la producción. Ante esto, Anspach se dio a la tarea de publicar avisos en diarios de todo el país con la esperanza de probar que el diseño de Monopoly era anterior a la versión de Darrow.

Su misión casi lo llevó al borde de la bancarrota: debió pedir tres hipotecas sobre su casa para pagar las costas procesales y rechazó un acuerdo de más de medio millón de dólares por parte de Parker Brothers. Sin embargo, en 1983 la Corte Suprema falló a su favor rechazando la solicitud de marca registrada que exigía la compañía. En 1998, Anspach publicó The Billion Dollar Monopoly Swindle, en donde contó la experiencia; uno de los lectores fue Stephen Ives, documentalista neoyorquino. A inicios de los años dos mil, Ives invitó a Anspach a la ciudad para filmar una entrevista.  El proyecto quedó truncado, pero las imágenes se recuperaron para una película de la PBS dirigida por el propio Ives. Anspach, fallecido el año pasado a la edad de noventa y seis años, nunca pudo ver la edición final.

Como muchos padres, Ives sintió alguna vez la ansiedad por enseñarles el juego a sus hijos. “Es como introducirlos a los primeros años de The Beatles o llevarlos a Disneylandia o algo por el estilo”, me dijo. “¿Cuándo van a estar preparados? Uno no se da cuenta que está reproduciendo el ritual de ingreso al capitalismo crudo y desenfrenado propio de Estados Unidos. Uno suele decirse, ‘así es como funciona la sociedad. Así nos divertimos: aplastando a los demás’”.

Hoy en día existen más de mil versiones de Monopoly, ya no solo basadas en diferentes ciudades sino que en marcas como The Big Bang Theory, Las Chicas Superpoderosas y M&M. El mensaje, sigue intacto. Los juegos son sistemas y, como lo advirtió Magie, un diseñador astuto puede dirigir a los jugadores hacia un punto de vista en particular dada su experiencia con ese sistema. Monopoly, que partió como una crítica a los arrendadores, pasó a promover la búsqueda descarnada de la riqueza, ya sea que se trate de bienes inmuebles en Nueva York o de un río de chocolate.

No es ninguna sorpresa que el capitalismo estadounidense subvirtiera la crítica de Magie y destruyera su legado. Ruthless, documental cálido y atento, ayuda a honrar a la mujer responsable de crear uno de los juegos más populares del mundo. Pero no necesitamos de un documental para ilustrar las ironías de Monopoly. Sus políticas son claras: todos los jugadores parten con la misma cantidad de dinero y las mismas oportunidades, aunque en la vida real factores como la raza, clase, género y muchos otros influyen en las posibilidades de éxito de una persona. El juego disfraza la suerte de habilidad, tergiversa el sueño americano y promete riqueza y poder a expensas de los demás. Solo en sus momentos finales vemos la recompensa más perdurable del vencedor: el aislamiento.

Artículo escrito por Simon Parkin, colaborador de The New Yorker. Su libro más reciente es The Island of Extraordinary Captives.

Traducción: Francisco Larrabe (integrante Equipo Editorial – Revista Heterodoxia)

Publicado el 20 de febrero de 2023 en https://www.newyorker.com/culture/cultural-comment/how-monopoly-became-americas-cruellest-board-game


[1] Friends, Lovers, and the Big Terrible Thing: A Memoir.

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