El derecho a resistir del pueblo palestino

No hay ocupación colonial sin genocidio. El genocidio es la consecuencia necesaria de la ocupación colonial de un territorio. Para ocupar las tierras se utilizan diversos mecanismos como las expropiaciones ilegítimas, la destrucción de casas, barrios, aldeas completas y, en definitiva, se busca la expoliación total del territorio.

No hay asentamiento colonial sin el borramiento, por lo tanto, de la existencia del pueblo desplazado, su sociedad, su cultura, su lengua, su religión y economía. La destrucción de símbolos religiosos y todo aquello que trasciende la infraestructura material es de vital importancia en esta misión de desplazamiento, porque debilita la moral de la víctima.

Toda ocupación es de por sí violenta y por eso el colono legitima con su asentamiento la violencia del genocidio. El colonizado, por el contrario, carece de Estado y de milicias regulares con las que se pueda oponer en igualdad de condiciones a la violencia ejercida por el ocupador. En esta asimetría se funda la eficacia de la colonización, que se aplica con brutalidad en contra de mujeres, niños, niñas y adolescentes a quienes mata y encarcela de manera masiva.

La violencia es el lenguaje del colono. La existencia de facto de la colonización es el ejercicio ciego de la violencia. La violencia no persuade, la violencia hiere, tortura, mata, es ciega y sorda, no oye razonamientos ni dialoga. “Si no quieres ser víctima, huye. Si te quieres oponer, entonces muere”. Esa es la ley de la colonización. No hay diferencias entre el militar que conduce un tanque en un puesto de control y el civil que ocupa el territorio expoliado, ambos quieren lo mismo: la desaparición del pueblo que antes lo habitaba por derecho propio.

El colono que se asienta en un territorio despojado y lo declara como suyo es el origen y la finalidad de la violencia. El genocidio se perpetra para que él pueda gozar de los derechos que se le negaron a otro ser humano. El colono habita una tierra regada de sangre y aunque diga que sus manos no han matado a nadie, otras manos tuvieron que matar para que su conciencia no lo remuerda en la noche antes de dormir. El buen colono no mata, paga impuestos para que otros hagan el trabajo sucio por él.

El colonialismo quiere la alienación del colonizado, que dirija su violencia contra sí mismo o contra sus semejantes, lo quiere dividido y desorganizado. Divide et impera. La única condición bajo la cual el colono está dispuesto a aceptar al colonizado es bajo la aceptación de su alienación y la enajenación de sus derechos, sin papeles, sin pasaportes, cruzando puestos de control a diario, encarcelado.

Su deshumanización justifica el apartheid. El colonizado, al carecer de derechos, no requiere salud ni educación, por lo tanto está bien atacar hospitales y escuelas, lo mismo que ambulancias con heridos. La desmoralización es el principal arma para conducir el genocidio: impedir cualquier resistencia a su muerte, ahogar la mera idea de una sublevación futura. Pero si la víctima del apartheid se alza en armas en contra de la opresión genocida entonces es un terrorista.

Desde la conquista de América y las disputaciones de Valladolid entre el fray Bartolomé de las Casas y Ginés de Sepúlveda, al colonizado siempre se le ha negado el derecho a la legítima defensa, idea que se extiende hasta el presente. En el siglo XVI se les llamaba animales sin alma, en el siglo XIX bárbaros, en el siglo XX se les llama terroristas. El palestino que resiste, lo mismo que el mapuche, son considerados terroristas por igual.

El colono justifica su genocidio por medio de un razonamiento tautológico: hay que exterminar a los terroristas porque son inhumanos y hay que exterminar a los inhumanos antes que se vuelven terroristas. El colonizado siempre es sospechoso: no importa su intachable conducta, lo que importa es el crimen que puede cometer.

La muerte de un civil es una tragedia. El genocidio, en cambio, no es solo la muerte de un grupo, es la destrucción de un mundo entero y por eso atenta contra toda la humanidad. El genocidio le niega a otro su derecho de existir por su pertenencia a un grupo. El genocida, al estar más allá del juicio y la ley en su falsa potestad de decretar la desaparición de un pueblo, siempre merece la mayor pena concebible, porque su sola existencia atenta contra la humanidad en su conjunto.

El colonizado es un sobreviviente, por eso para él existir significa resistir. El colonizado resiste desde el dolor y la rabia. A diferencia del rac(ional)ismo liberal del sujeto occidental, el colonizado grita, luego existe. Existe cuando se organiza, cuando se subleva, cuando le tira una piedra a la policía. El colonizado que enfrenta el genocidio sabe que va a morir. La pregunta es cuándo.

Para el colonizado la violencia no es un medio entre otros para conseguir la liberación de su condición alienante, por el contrario, la violencia forma parte de su existencia y su memoria como la sangre que corre por sus venas. Todo lo que ve a su alrededor está hecho de violencia: los muros fortificados que cercan el apartheid más grande del mundo, el desempleo rampante, la pobreza, la contaminación del agua, el corte de suministros básicos, el racismo estructural del Estado sionista de Israel, la violencia brutal de la policía de ocupación.

Por eso para el colonizado su única respuesta es la violencia, porque no se puede entrar en razón con aquel anhela su exterminio como pueblo. Mientras el genocida no se atiene a ningún código humano, se le pide a la víctima lo imposible, que se deje masacrar en nombre de su humanidad. Que lo muerda la humillación, pero que no se oponga a ella. Que ni siquiera una maldición escape de su boca en el momento final de su muerte, porque eso probaría su barbarie y su barbarie justifica su muerte. “Era un bárbaro, ergo está bien muerto”.

La intensa propaganda internacional de condena a los ataques de Hamas tiene como única finalidad justificar el genocidio del pueblo palestino y enajenar el derecho a la legítima defensa. El asedio total a la franja de Gaza se comete así ante el silencio cómplice de la comunidad internacional, que festeja y financia rebeliones de acuerdo con los intereses geopolíticos del capital transnacional y los intereses imperialistas de los EE.UU.

En un medio deshumanizante, la resistencia humaniza al oprimido, le devuelve su dignidad y su agencia. Todo acto de resistencia llevado a cabo en una situación colonial, de apartheid y genocidio no es violencia, es legítima defensa. Es un grito de rabia por el derecho a existir.

Columna escrita por Hans Frex, Master of Arts.

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