Un futuro sin futuro: Depresión, la izquierda y las políticas de salud mental

[W]e find that we endogenously produce our incapacity to even try, grow sick and depressed and motionless under all the merciless and circulatory conditions of all the capitalist yes and just can’t, even if we thought we really wanted to.

Anne Boyer, A Handbook of Disappointed Fate

Descubrimos que de manera endógena producimos nuestra incapacidad de siquiera intentar, crecemos enfermos, deprimidos y desanimados bajo todas las condiciones despiadadas y circulatorias de toda la afirmación capitalista y simplemente no podemos, incluso si creemos que realmente lo deseamos.

– Anne Boyer, A Handbook of Disappointed Fate

¤

“¿Cómo arrojas un ladrillo contra la ventana de un banco si no puedes siquiera salir de la cama?” Esta pregunta formulada por Johanna Hedva en su libro “Sick Woman Theory” me ha acompañado ya por bastante tiempo sin poder borrarla de mi cabeza. ¿Por qué? Porque describe una situación familiar para muchos de nosotros (¿pero quién es ese ‘nosotros’?): una situación caracterizada por la desesperanza y la depresión. Una situación en la que uno realmente no es capaz de salir de la cama. Situación que en la mayoría de los casos se encuentra saturada por la política y la economía. Contrario al discurso dominante de la psicología y la psiquiatría, el que no puedas levantarte de la cama no es porque tengas una mala actitud, una mentalidad negativa o porque de algún modo has elegido tu propia desdicha. Tampoco es simplemente un asunto de química y biología, un desbalance en tu cerebro, una desafortunada disposición genética o bajos niveles de serotonina. Es más probable que se deba al mundo en el que vives, el trabajo que odias, o sencillamente el trabajo que perdiste, la deuda que atormenta tu presente desde el futuro, o el hecho de que el futuro del planeta se está yendo cada vez más rápido por el drenaje.

Este ensayo, por tanto, es un intento, basado en una disertación y cierta experiencia personal, pues sufrí depresión posparto el 2013-14, de pensar en torno a la depresión y la política; de pensar sobre la economía política y las psicopatologías de hoy en día. El ensayo está motivado por un hecho, una afirmación y un deber. Primero el hecho: tal como lo aclara la Danish Mental Health Foundation, más y más personas en Dinamarca son diagnosticadas con depresión. Los estudios arrojan que entre cuatro y cinco por ciento de la población está deprimida o, para ser más precisos, está diagnosticada como depresiva. Es más, de acuerdo a la Danish Health Authority, más de 450. 000 daneses compraron antidepresivos en el 2011, una cifra que casi se ha duplicado durante la última década. Esta tendencia se puede observar en todo el mundo occidental. La US National Institute of Mental Health estima que 7.1% de la población adulta de los Estados Unidos – 17.3 millones de personas – sufre de depresión. Otro dato sugiere que la depresión afecta a uno de cada cinco estadounidenses. Estos números han llevado a la OMS a concluir que la depresión es el desorden mental más común y la primera causa de invalidez y suicidio, afectando a aproximadamente 350 millones de personas a nivel mundial. No es de extrañar, entonces, que el consumo global de antidepresivos SSRI se haya incrementado alcanzando ventas cercanas a los 14 billones de dólares anuales, según la empresa de investigación de mercados alliedmarketresearch.com, la cual señala, de una manera bastante burda, que “existen muchos factores, incluyendo los genes, factores como el estrés y la química cerebral que pueden desencadenar la depresión”.

La afirmación: la depresión pone de manifiesto la contemporánea alienación del sujeto en su forma más extrema y patológica. Por tanto, se tiene que relacionar la psicopatología a un mundo de realismo capitalista en donde no se vislumbra alternativa alguna, como lo declaró triunfalmente Thatcher, y el futuro parece estar determinado de antemano. Por tanto, la crisis encarnada por la depresión se vuelve un síntoma de una crisis capitalista e histórica del futuro. Es una especie de estructura de la emoción, como diría Raymond Williams. Consecuentemente, cualquier cura al problema de la depresión debe ser colectiva y política; en vez de individualizar el problema de la salud mental, es imperativo comenzar a problematizar la individualización de la enfermedad mental. El llamado es a que la izquierda asuma seriamente, bajo estas razones, la interrogante por las enfermedades y desordenes mentales. Lidiar con la depresión y otras formas de psicopatología no es solo parte de un proyecto de emancipación, sino una condición de posibilidad. Antes de siquiera poder lanzar ladrillos a las ventanas, debemos ser capaces de salir de la cama.

¤

El mejor pensador político de la depresión sigue siendo el fallecido Mark Fisher, quien no solo padeció la enfermedad sino que se quitó la vida a causa de ella. Toda su obra es una continua meditación sobre la depresión tanto como experiencia personal, como experiencia social y política. En su libro de 2009, Realismo Capitalista, él vinculó la depresión con lo que ya he mencionado como realismo capitalista, “la sensación ampliamente difundida de que el capitalismo no es solamente el único sistema político y económico viable, sino que además es imposible incluso imaginar una alternativa coherente a este”. En su libro, la depresión se convierte en un caso paradigmático de cómo el realismo capitalista opera como un síntoma de nuestra clausurada y desoladora situación histórica. En el ensayo “La Privatización del Estrés” del 2011 – posteriormente reeditado el 2018 en K-punk: The Collected and Unpublished Writings of Mark Fisher1 (2004–2016) – Fisher escribió que una diferencia entre la tristeza y la depresión es que “mientras la tristeza se percibe a sí misma como un estado de relaciones contingentes y temporales, la depresión se presenta como necesaria e interminable: las gélidas superficies del mundo del depresivo se extienden a cada horizonte concebible”, y debido a eso, debido a esa característica específica de la depresión, es que una extraña resonancia existe entre “el aparente ‘realismo’ del depresivo, con sus expectativas radicalmente disminuidas, y el realismo capitalista. Y en el texto Bueno para Nada2 de 2014, Fisher declaró que su depresión siempre involucró una profunda e indestructible convicción de que literalmente él no era bueno para nada. Él escribió que compartía sus propias experiencias de desorden mental no porque creyera que había algo único y especial en ellas, sino “en apoyo a la convicción de que muchas formas de depresión se comprenden mejor, y se combaten de mejor manera, a través de esquemas que sean impersonales y políticos, en vez de individuales y ‘psicológicas’”. No puede subestimarse la importancia de alcanzar una comprensión política de la depresión. Si el lector solo se queda con una cosa de mi texto, que sea esta: la depresión tiene una serie de causas y un contexto concreto que trasciende cualquier manual de diagnostico, así como también la ideología neoliberal de enfocarse en sujetos, no en estructuras; responsabilidades personales, no colectivas; química, no capital.

Sin embargo, comprender la depresión a través de marcos políticos no implica que el problema de la depresión pueda ser resuelto inmediatamente a través de medios políticos. Existe un espanto hacia la depresión que no puede y no debe traducirse demasiado rápido dentro de la esfera política a pesar de nuestras aspiraciones críticas y revolucionarias. Así como cualquiera que haya estado deprimido, o cerca de alguien que sí, sabe que literalmente es el infierno en la tierra. El dolor físico es insoportable, tu cuerpo permanece inerte y se siente demasiado pesado, tu mente no funciona del todo bien y no puedes escapar al sentimiento de estar atrapado, estancado, que la suerte ya está echada y que el presente, que es el infierno, es todo lo que hay y todo lo que alguna vez se pudo imaginar. Sería una ofensa decir ‘es simplemente político’. Por la misma razón es que no existe absolutamente ninguna necesidad de romantizar lo que se conoce como realismo depresivo, ya que el ‘realismo’ solo opera en conjunto con el capitalismo y sostiene el realismo de este: que no existen alternativas, que no hay realmente nada que se pueda hacer respecto de la situación actual. Este es otro punto a tomar en consideración. No nos olvidemos tampoco que la depresión es la mayor causa de muertes por suicidios, cuyo número alcanza aproximadamente los 800.000 suicidios al año de acuerdo a un reciente reporte de la OMS.

Un tercer y último punto a considerar aquí es que, sin duda alguna, es complejo escribir sobre la depresión. Con esto no solo quiero decir que sea difícil describir la propia depresión de uno mismo, también es difícil escribir sobre el inmenso sufrimiento mientras al mismo tiempo se busca una posición en relación a la depresión o se desarrolla un discurso que no sea en sí mismo más deprimente. No después de la trágica muerte de Mark Fisher.

¤

Tenemos muchos datos sobre la depresión, pero estos no hablan por sí solos. La venta de antidepresivos no se corresponde fielmente a la ocurrencia de casos de depresión, pues los antidepresivos SSRIs no se utilizan exclusivamente para el tratamiento de la depresión, sino que se emplean para tratar también un rango de otras enfermedades mentales. La frecuencia de diagnósticos no necesariamente reflejan la frecuencia de depresiones, y por tanto el incremento en los diagnósticos podría evidenciar un número creciente de personas deprimidas o una tendencia en aumento por patologizar sentimientos comunes y “normales” como la tristeza, traduciéndolas a la categoría diagnostica de la depresión (el ejemplo más reciente de esta tendencia es la inclusión del luto en las nuevas ediciones de manuales diagnósticos como DSM y ICD). También debemos preguntarnos ¿por qué pareciera haber tanta comodidad con los diagnósticos psiquiátricos?

Tal como Mark Fisher escribió en Realismo Capitalista:

No hace falta decir que todas las enfermedades mentales están representadas neurológicamente, sin embargo, no se dice nada sobre su causalidad. Si es verdad, por ejemplo, que la depresión es producida por bajos niveles de serotonina, lo que aún se tiene que explicar es por qué ciertos individuos específicos tienen bajos niveles de serotonina. Esto requiere, entonces, una explicación social y política; y la tarea de repolitizar las enfermedades mentales es de suma urgencia si la izquierda quiere desafiar el realismo capitalista.

Antes de entrar en la causalidad de la depresión, permítanme primero describir la moralidad que la rodea. Tomemos como ejemplo un video de autoayuda titulado “¿Por qué estoy deprimido?”, cuyo autor Leo Gura se define, de acuerdo a su perfil en Twitter, como “adicto al autodesarrollo profesional, entrenador de vida, bloguero de video juegos, empresario y orador”, que ayuda a las “personas a diseñar vidas extraordinarias”.

Gura, un tipo calvo con barba de candado y fundador de actualized.org, da inicio al video diciendo que quiere responder la pregunta del título, “¿Por qué estoy – tú [arquea las cejas mientras forma con sus manos un paréntesis en el aire que rodea la palabra tú] – deprimido?” Y la respuesta que da es simple: estás deprimido porque tu psicología apesta. Cabe señalar que esta frase es también el título de un trabajo visual del dúo artístico Claire Fontaine, quien en su video Untitled (Why Your Psychology Sucks) del año 2015 muestran a una actriz afroamericana que interpreta casi al pie de la letra las palabras de Gura para desarrollar una crítica mordaz y bastante cómica de la personalización ideológica de la depresión dentro de la industria de la autoayuda neoliberal y la responsabilización generalizada que recae sobre el sujeto. Claire Fontaine es una de las artistas que ha trabajado el problema de la depresión de manera más dedicada y consistente. En su trabajo la comprensión de la depresión siempre es política y debe entenderse en relación con sus bases reales dentro de los conflictos sociales que se producen en una economía capitalista basada en la deuda y la especulación financiera.

Pero volvamos al video original en donde una secuencia intermitente de frases pegajosas y conceptos claves acompañan a los comentarios introductorios de Gura. Este es el orden de las palabras que se leen: “éxito, felicidad, autorrealización, propósito de vida, motivación, productividad, rendimiento máximo, expresión creativa, independencia financiera, inteligencia emocional, psicología positiva, conciencia, rendimiento máximo, empoderamiento, sabiduría”. Al parecer el concepto de “rendimiento máximo” es tan importante que debe ser mencionado dos veces. Es ahí, entonces, cuando Gura nos entrega su mensaje, su impactante verdad: “Este es el asunto. Y voy a ser extremadamente franco contigo: la verdad del por qué estás deprimido es porque tu psicología apesta. Así es, tienes una psicología de mierda. Pero no te estoy culpando, solo te estoy aclarando un hecho”. Gura sigue hablando para dejar en claro que no se refiere a quienes están “clínicamente deprimidos” o quienes padecen una depresión “legítima”. Está hablando del resto de nosotros, la mayoría de quienes tenemos un diagnóstico de depresión y a quienes no está culpando; aunque sí lo hace. El video dura aproximadamente unos 20 minutos y en cierto momento Leo Gura declara, de manera enérgica y franca: “Tú provocas tu depresión”. Algo anda mal con tu aparato mental y cognitivo, tu psicología “apesta”. ¡Deja de ser una víctima y toma el control de ella! ¡Rendimiento máximo!

No es difícil reírse del video y hacer chistes sobre su lógica, sin embargo es la lógica dominante hoy en día y tiene efectos reales, incluso si en ocasiones se articula de forma moderada. La lógica es esta: las personas crean su propia realidad. Solo con el pensamiento pueden cambiar su mundo. Esto implica que tejes tu propio destino, no existen circunstancias externas ni excusas posibles.

La socióloga danesa Emilia van Hauen, cuyo nombre suena a realeza, expresa la misma lógica cuando escribe en su página web que “la felicidad es una elección – tu elección”, y su coterránea y terapeuta Eva Christensen tiene la misma cantinela (de nuevo, es mi propia traducción):

La felicidad es responsabilidad de cada uno. No es algo de lo que puedes esperar a que otros te entreguen. Cada uno tiene la clave para su propia felicidad. Y por tanto también la responsabilidad de que esa clave sea la correcta. La felicidad se crea desde dentro, no es responsabilidad de los demás el hacernos felices, la responsabilidad es nuestra. No podemos cambiar a los otros, solo a nosotros.

Si el individuo es responsable de su propia felicidad, entonces también es responsable por su propia infelicidad. Si las claves están en nosotros, cada uno es personalmente responsable por prácticamente todo. Éxito o fracaso, y salud o enfermedad dependen de la voluntad, el estilo de vida y elección de cada uno. Si bien no somos capaces de cambiar a otros o al mundo para alcanzar la felicidad, ciertamente sí podemos esforzarnos en cambiarnos a nosotros mismos y a nuestro ser. El cambio estructural, un cambio de sistema, es abandonado en favor del cambio subjetivo, un cambio de sí mismo. Todo problema, ya sea social, político o económico, es personalizado e incluso criminalizado: el sujeto acepta la responsabilidad de su propia desdicha y acepta sufrir solo y sentirse culpable por estar triste, por no ser un ciudadano bueno y productivo, por no ir a trabajar, por no poder salir de la cama.

Estos procesos de personalización y responsabilización que la psicología de lo positivo y el imperativo de la felicidad promueven, van de la mano. Mark Fisher estaba en sintonía con esta lógica, o bien deberíamos decir ideología. Las personas deprimidas son incentivadas a sentir y creer que su depresión es culpa de ellos y de nadie más. “Los individuos se culparán a sí mismos y no a las estructuras sociales a las que les han hecho creer que no existen”, como escribió en “Bueno para Nada”3 – refiriéndose implícitamente a la famosa frase de Thatcher de que no existe la sociedad. Es aquí donde el problema de la depresión se nutre de un problema más general: el problema de subjetividad defendido en el video de autoayuda original de Leo Gura es idéntico al modelo del individuo autónomo, autodeterminante y competitivo, la ficción de la subjetividad capitalista. En el video el “observador”, “tú”, es la causa de su propia depresión, pero consecuentemente es también la única cura. Lo que el video quiere es enseñarte a “dominar tu psicología” y eventualmente alcanzar un estado de “completo éxtasis y felicidad”. Es un mensaje profundamente moral. No lograr ser feliz es simplemente inmoral. Si eres una persona mala e inmoral por ser infeliz – o depresivo – es a ti, y solamente a ti, a quien hay que culpar. Este es el culto a la culpa del capitalismo contemporáneo: tú estás provocando tu propia depresión – aún cuando evidentemente no sea así.

¤

El capitalismo, en otras palabras, inflige una herida doble en los depresivos. Primero, causa o contribuye al estado depresivo. Segundo, borra cualquier indicio de causalidad e individualiza la enfermedad, lo que hace creer que la depresión es un problema personal (o de propiedad). En ciertos casos, pareciera que la culpa es tuya. Si tan solo hubieses vivido una vida mejor y más activa, tomado otras decisiones, tenido una actitud mental más positiva, entonces no habrías estado deprimido. Esta es la cantinela cantada por psicólogos, coaches y terapistas de todo el mundo: la felicidad es decisión tuya, tu responsabilidad. Lo mismo va para la desdicha y la depresión. El capitalismo nos hace sentir mal y luego, para agraviar aún más la herida, nos hace sentir mal respecto a sentirnos mal.

Desde mi propia experiencia con la depresión – excepto que no es “mi propia” experiencia – y por haber escrito un disertación sobre el tema, pienso que no cabe duda alguna de que necesitamos otro análisis respecto a la depresión y también otro tipo de cura. La personalización de la depresión debe ser contrarrestada con una politización de esta. Al nivel del análisis y la causalidad social, la depresión debería conectarse con problemáticas como el empleo y el trabajo – inclusive el desempleo, ya que las estadísticas muestran que quienes están desempleados son más susceptibles a caer en depresión de quienes no lo están; a pesar de cuánto odien sus trabajos. Dicho análisis debería estar conectado con nuestra cultura de la competencia brutal y neoliberal, (¡Felices Juegos del Hambre y puede que sea extraño estar a tu favor!) y la consiguiente ideología de la felicidad que nos fuerza a estar felices y sonreír sin descanso, incluso o especialmente cuando nos estamos peleando unos con otros, peleando para llegar a fin de mes y alcanzar un nuevo día. La depresión debería, además, relacionarse con el ámbito educativo: es obvio para mí que estudiantes de la Universidad de Copenhague, donde trabajo y enseño, están luchando con innumerables enfermedades mentales. Ni siquiera puedo imaginarme cómo será en Inglaterra o Estados Unidos donde los estudiantes no gozan del beneficio de la educación gratuita como es el caso de Dinamarca, sino que se hunden más y más en un espiral de deudas. No importa hacia donde miremos, los estudiantes están deprimidos, ansiosos, estresados, agotados.

A raíz de la crisis económica, una plétora de estudios han indagado en las consecuencias patológicas de la deuda. En 2012 el economista John Gathergood publicó un estudio evidenciando que las personas que están ahogadas en deudas experimentan y exhiben una variedad de problemas mentales, incluyendo depresión. Según todos los informes, estar endeudado puede, y de hecho es así, conducir a un alto riesgo no solo de depresión sino también de suicidio. Otro estudio encontró que “quienes tienen deudas tienen el doble de probabilidad de pensar en suicidio – esto después de controlar factores sociodemográficos, económicos, sociales y estilos de vida. Y en The Body Economic: Why Austerity Kills, David Stuckler y Sanjay Basu han dirigido un proyecto de investigación epidemiológica que demuestra que las políticas de austeridad – y no así la recesión misma – tienen consecuencias desastrosas para el estado de la salud pública y privada. En una parte de su libro, Stuckler y Basu se refieren en particular a un estudio hecho a estadounidenses de más de 50 años que encontró que “entre 2006 y 2008, aquellos que se retrasaron con sus pagos de hipotecas tuvieron nueve veces más probabilidades de desarrollar síntomas depresivos”. La desalentadora conclusión a la que llegan es que la austeridad no solo hace daño, también mata, como lo ejemplifica el caso trágico del griego Dimitris Christoulas quien el 4 de abril de 2012 “puso una pistola en su cabeza en frente del parlamento griego y declaró: ‘No estoy cometiendo suicidio. Ellos me están matando’. Y luego apretó el gatillo”.

Estas condiciones son reales, y también lo son las conexiones causales. Obviamente, las causas son muchas y complejas. Pero los síntomas de la depresión son síntomas de algo más. Y la verdad es que la economía de la deuda causa profunda angustia a medida que personas, estudiantes y otros endeudados son forzados a pagar por su propio futuro. Sin embargo, la psiquiatría y el discurso público siguen empeñados en tratar la depresión como un problema personal carente de contexto. En ningún otro lugar esto es más claro que en el discurso de los manuales de diagnóstico – un discurso que cada vez más domina la opinión pública – donde las enfermedades mentales se abordan únicamente en términos de sus síntomas, sin consideración alguna por el contexto histórico, social y económico de la persona que los padece. Una tarea importante, entonces, para un análisis del presente desde la izquierda es no solo insistir en el contexto sino también, y quizás por sobre todo, insistir con Hevda en que “es el mundo en sí mismo el que nos enferma y nos mantiene enfermos”. Pero no el mundo en sentido abstracto sino el mundo concreto y capitalista en que vivimos o nos abrimos paso a duras penas. Es por esto que muchos de nosotros yacemos abatidos en la cama sin poder salir de ella. O como sostiene la teórica queer Ann Cvetkovich en su libro Depression: A Public Feeling:

La epidemia de la depresión puede estar relacionada (tanto como síntoma y como ofuscación) a historias de violencia de larga data que han seguido impactando a nivel de la experiencia emocional del día a día. […] Lo que se denomina como depresión en la esfera doméstica es un registro afectivo de estos problemas sociales y uno que a menudo mantiene a las personas silenciadas, fatigadas y demasiado adormecidas para dar cuenta realmente de las fuentes de su desdicha (o en un estado de sufrimiento crónico de bajo nivel – u otro tipo de depresión – si es que lo tienen).

La historia de la depresión es una historia de nuestro mundo contemporáneo capitalista – y también, en palabra de Cvetkovich, una historia de violencia: la violencia que la gente de color, o LGBT, o quienes buscan asilo, experimentan a diario, una violencia tanto física como psíquica. Los datos son, una vez más, abrumadores al respecto, pero basta con mencionar “el 38 por ciento de las madres de bajos ingresos y madres de color que desarrollan depresión posparto”, para citar del libro de Sophie Lewis Full Surrogacy Now; la mitad de las personas LGBT que han experimentado depresión en el último año; y el 61 por ciento de todos los niños en Sjӕlsmark Udrejsecenter, un campo-prisión para los rechazados de asilo político en Dinamarca, quienes cumplirían con los criterios para un diagnóstico psiquiátrico. En muchos casos la depresión lleva la marca de semejante violencia y vulnerabilidad, aunque no es, lamentablemente, el único problema de enfermedad mental que está en juego.

¤

Hasta el momento no he mencionado la crisis climática, pero sobre la evidencia de lo que se ha dicho hasta ahora, no sería exagerado afirmar que la ecología y la salud mental se relacionan íntimamente. No se trata de ignorar la realidad material sino simplemente hacer alusión a los profundos efectos psíquicos de las pérdidas ecológicas y el calentamiento global. Insisto en que vale la pena mencionar a la generación joven de hoy día, algunas veces llamada la generación arruinada (Phil Neel escribe sobre ella, “la primera en un gran desfile de los sin futuro”, en su brillante libro Hinterland). Ellos habitan un mundo donde probablemente el mañana será peor que el presente, donde realmente no hay alternativas ni futuro, en especial porque la crisis climática literalmente aniquila el futuro como tal. ¿Quién los puede culpar por estar deprimidos?

Todo esto nos permite decir que la actual crisis – social, política, económica, ecológica – es, por tanto, también una crisis de salud mental. El movimiento perpetuo del capitalismo y su agotamiento de los recursos también se relaciona con recursos mentales. La economía y la psicología parecen haberse vuelto indistinguible una de la otra, tal como lo estaría sugiriendo el doble alcance que tiene la depresión. Naturalmente que no todos estamos en el mismo bote, o en la misma cama. No todos estamos deprimidos (y aquellos de nosotros que sí lo estamos, no lo vivimos de la misma manera, o por las mismas razones). No estamos arruinados por igual. Algunos estratos de la sociedad tienen acceso al futuro de formas que otros no tienen, algunos soportan la sobrecarga más que otros, y otros simplemente mueren mucho antes que otros. Ya sean las personas en Grecia durante la crisis europea, o las personas en el sistema universitario estadounidense, no todas están endeudadas y deprimidas de la misma manera. Como lo mencioné anteriormente, la violencia y el sufrimiento social se distribuyen distintamente en ejes de clase, género y raza; lo mismo para el caso de la crisis climática en la medida en que los ciudadanos de Copenhague no están sintiendo la crisis de la misma manera que quienes viven en Chittagong.

Al insistir en políticas de enfermedad, salud mental y depresión, es crucial tener siempre presente las diferencias locales y globales. Obviamente esto no debería llevarnos a una competencia por el sufrimiento social, pues la competencia es precisamente de lo que se trata el capitalismo, y busca intensificarse para que estemos solos con nuestro sufrimiento y peleando con el sufrimiento personal de los demás. Pero esto debería generar el reconocimiento de que una crítica al capitalismo necesitará considerar la contextualizada psicopatología de la depresión y otras enfermedades mentales. Además, esto nos da una idea de una posible “cura”, de lo que hay que hacer, o de cómo logramos salir de la cama (o incluso preguntarnos por qué queremos salir de la cama).

¤

Lo primero que hay que hacer notar es que un adecuado diagnóstico de la depresión y su contexto, no es suficiente. Es de público conocimiento, sin embargo, de que el diagnóstico no necesariamente conlleva una cura. Solo porque sepamos qué está mal, no significa que seremos capaces de lidiar con el problema. Por el contrario, uno de los principales síntomas de la depresión es que aquello que debes hacer es precisamente lo que no puedes, al menos no solo y por tu cuenta. O como lo expresó Ann Cvetkovich: “Decir que el capitalismo (o el colonialismo o racismo) es el problema, no me ayuda a levantarme por las mañanas”. Además, no hay razón alguna para creer que aboliendo la propiedad privada, o concretando una cancelación absoluta y global de la deuda privada, se aliviará el sufrimiento de quienes padecen depresión con un mero toque mágico. Pero en un acto de especulación, estoy tentado a decir que la revolución es el mejor antidepresivo que existe, pues se realiza a favor de un mundo mejor, de la verdadera felicidad. Pero, ¡por Dios!, para poder llevar a cabo la revolución, debemos primero ser capaces de salir de la cama. Una verdadera trampa dialéctica de la depresión.

Quizás entonces un buen punto de partida en cuanto a las políticas de la depresión seria colectivizar el sufrimiento, externalizar la culpa y comunizar el cuidado. En este punto, la pregunta por la responsabilidad vuelve con toda su fuerza. La responsabilidad neoliberal del sujeto depresivo debe ser rechazada y, además, reemplazada por una idea de responsabilidad colectiva. Lo mismo va para cualquier tipo de proyecto terapéutico, y quizás el pensador italiano Franco “Bifo” Berardi, quien convengamos no es muy prolijo cuando se trata de vocabulario clínico, tenga razón cuando afirma que “en los días venideros, la política y la terapia serán exactamente lo mismo”. La terapia como resistencia, no como obediencia reaccionaria al poder establecido. La terapia como proyecto colectivo, no individual. La terapia como la superación de la alienación.

¿Cómo debería ser esa “terapia” emancipadora y colectiva? Tenemos un registro de múltiples proyectos feministas y artísticos enfocados al cuidado, autocuidado y cuidado colectivo que van desde Audre Lorde, pasando por Claire Fontaine, hasta el reciente artista y activista danés Jakob Jakobsen y el Hospital para la Automedicación al que dio origen después de una severa depresión y varios meses hospitalizado. Necesitamos un lenguaje que aúne estos registros en un movimiento y lo separe de lo que es la psiquiatría institucional, las terapias neoliberales y la búsqueda capitalista de la ganancia. Esta es una noción de cuidado que trasciende el hospital, la clínica, la familia, el estado, la compañía de seguro y el Capital como tal (incluso si uno no tiene acceso a aquellas instituciones en primer lugar). Es un cuidado que, basado en una comprensión politizada de la enfermedad mental, va más allá de la atención médica en su forma mercantilizada y capitalista. Cuando los cuerpos se preocupan los unos de los otros, cuando la responsabilidad es redistribuida y el colapso individual pasa a ser intimidades colectivas, el futuro puede ser (re)construido en el nombre de uno comunista, compartido y sustentable. Como lo dijo la poetiza Wendy Trevino:

No podemos “ganar” individualmente en este mundo

& al mismo tiempo crear otro

Todos juntos.

Esta sería una forma de imaginar una “cura” para la depresión sin reforzar la conformidad y el statu quo. Lo que es cierto, es que cualquier política que se aprecie de izquierda debe ir más allá de solo decir que el capitalismo es el problema (aún cuando lo es) y enfrentar la pregunta de cómo levantarse en las mañanas. Este problema es tanto práctico como revolucionario. Por supuesto que algunas veces quedarse en la cama puede ser un acto revolucionario en sí mismo, un tipo de huelga, la encarnación de un agotado y negativo No puedo en un mundo que gira cada vez más en torno a un Sí puedo enfático y positivo. Sin embargo, hay personas que están encontrando nuevas maneras de salir de la cama: solo mencionaré al paso, como signo de valentía, que hay grietas en el edificio del realismo capitalista que Mark Fisher no alcanzó a ver en vida.

No obstante, el punto es obviamente no salir de la depresión para volver al trabajo que nos deprimió en un principio. El punto debe ser, en cambio, destruir las condiciones materiales que nos enfermaron, el sistema capitalista que destruye las vidas de las personas, las inequidades que matan. Por tanto, crear otro mundo entre todos. Pero para lograrlo, llegar a donde sea posible, lo que se requiere no es competencia entre los enfermos, sino alianzas de cuidado que harán que las personas se sientan menos solas y menos responsables moralmente por sus enfermedades. En alianza con los demás, las personas podrían eventualmente ser capaces de levantarse y arrojar algunos ladrillos.

¤

Adaptación del libro Going Nowhere, Slow, publicado por Zero Books el 29 de noviembre de 2019.

Escrito por Mikkel Krause Frantzen quuien es PhD del Departamente de Artes y Estudios Culturales de la Universidad de Copenhague, y actualmente está cursando un postdoctorado en la Universidad de Aalborg, Dinamarca. Es autor del libro Going Nowhere, Slow – The Aesthetcs and Politics of Depressión (Zero Books, 2019).

Publicación original:

16 de diciembre de 2019| Los Angeles Review of Books.

https://lareviewofbooks.org/article/future-no-future-depression-left-politics-mental-health/

Traducción por Francisco Larrabe, integrante de Equipo Editorial Revista Heterodoxia.

1 Publicado en español bajo el título K-Punk: escritos reunidos e inéditos (libros, películas y televisión) vols. 1, 2 y 3.

2 Texto perteneciente al libro Los fantasmas de mi vida.

3 https://theoccupiedtimes.org/?p=12841



                

Comentar

Your email address will not be published.

Relacionado