Número 4: Liberalismo

Hace no mucho tiempo atrás, el liberalismo había alcanzado tal nivel de hegemonía en la esfera política nacional que declararse a viva voz como liberal era un gesto de buena crianza, de progresismo y acaso de profunda sensatez. ¿Qué ciudadano promedio no estaría de acuerdo con aquello que se decía representaba este pensamiento? Gobierno de la ley, respeto a los planes de vida de nuestros pares, derechos de propiedad, o la irrestricta defensa a que la libertad de elegir (dónde comprar, vender, invertir, etc.) determine la economía, eran núcleos claves de la arquitectura institucional que se erigió en nuestro país. Dicha arquitectura, que se impuso a partir de un gran proyecto utópico, no escatimó en recursos e hizo uso de la más desnuda violencia estatal para imponerlo. Pero eso no era ya digno de problematizar por el liberalismo. Mal que mal, como sentenció, a propósito de este asunto el actual presidente Piñera: “uno no destruye las pirámides porque se perdieron vidas al construirlas”.

Los indicadores empezaron a pulular para justificar la existencia de esa pirámide liberal, porque en el caso chileno el país crecía económicamente, mantenía una institucionalidad ejemplar en la región y los números sociales sentenciaban que el modelo de desarrollo conducía al progreso. Pocos fueron los que comenzaron a ver ciertas grietas en ese relato, pese a que la desigualdad se mantiene a niveles altísimos, la precariedad e informalidad son una creciente realidad para la población, la economía se estanca y, al parecer, detrás de esa república liberal que se erigió (no a través de los grandes espectáculos parlamentarios, sino en las privadas casas de grupos económicos) la oligarquía impone los términos y límites de los debates públicos. No obstante, las élites no han visto en dichas grietas más que fenómenos transitorios de una modernización libertaria que avanza en forma permanente.  

Pese al optimismo de los intelectuales del orden, el viejo topo anunciado por Marx emergió de la tierra, dejando en evidencia lo que se pretendía ocultar y, con ello, hace ya tres meses que arrasó con dicho discurso.

Pero, ¿cómo pudo ser que el proyecto liberal, sin crisis económica mediante, auto-implosionara a tal nivel de magnitud? ¿Cómo dicho proyecto ha podido sostenerse a punta de la precarización y el endeudamiento constantes? 

Algo de ello hemos sostenido anteriormente sobre este fenómeno. Parte importante de las actuales demandas sociales giran en torno a recuperar la dignidad. Este llamado es más profundo que acceder, simplemente, a más recursos con subsidios focalizados. El llamado hace referencia a la demanda por conquistar una base material que permita a la población vivir sin estar sometidas a dependencias insufribles con el empleador, de tener control sobre la institucionalidad política (superando la sospecha de que ésta última es una caja de resonancia de los intereses oligárquicos), del quiebre de las relaciones de sometimiento arbitrarias que suceden en el terreno reproductivo y de tener la certeza que la vejez no culminará en una completa incertidumbre a través de la vulnerabilidad material en la tercera edad. 

Así vista, la demanda es un llamado a asegurar la vida libre. ¿Pero no era eso justamente el sentido último del liberalismo? ¿Qué esconde esta tradición de pensamiento que, al pregonar la libertad, engendra su opuesto? Paralelamente e igualmente decisivo, nos preguntamos: ¿cómo construir un proyecto que asuma ese llamado y supere los límites impuestos por él? La tarea es de largo aliento y de momento, en este número de la Revista Heterodoxia, nos conformamos con poder aportar algunas luces al lector para ayudarnos a pensar colectivamente un futuro que se proponga superarlo. 

Es por estas razones que le hemos pedido la colaboración al profesor Quentin Skinner, para que nos señale las características de su visión neo-romana de la libertad y de qué manera ésta difiere de la definición liberal. En su artículo, profundiza en la idea de libertad definida como ausencia de un poder arbitrario, ya que sólo poder actuar de acuerdo a nuestra propia voluntad y sin autocensura en las consecuencias de nuestros actos u opiniones nos define como libres.

Por otra parte, conversamos con la filósofa argentina María Julia Bertomeu, a quién consultamos sobre cómo concibe las diferencias entre la tradición republicana de la libertad –o republicanismo democrático– y el liberalismo político moderno, dentro de la cual concluye que, si queremos construir repúblicas democráticas igualitarias, es imprescindible recuperar la idea republicana de la libertad, entendida como no dominación, y de la igualdad, como reciprocidad en la libertad.    

Además, contamos con un artículo de nuestro compañero José Miguel Ahumada, quien realiza un análisis respecto a lo que él define como la “crítica neoliberal al neoliberalismo en Chile”, propuesta principalmente por destacados académicos como James Robinson y Luigi Zingales. Dichos intelectuales señalan que, para corregir las tendencias oligopólicas el modelo chileno, se debe incentivar la libre competencia para hacer frente a este “capitalismo de amigos”. Sin embargo, para Ahumada, esta es una característica inherente a la naturaleza misma de la competencia capitalista, ante la cual propone recuperar la tradición de pensamiento socialista para poner el acento en la democratización de las estructuras de los grandes conglomerados económicos y así imponerles principios públicos de acción.

Nuestra compañera Paula Ahumada en su artículo A propósito de “Chile despertó”: notas sobre el retorno de la soberanía, nos presenta las implicancias del despertar ciudadano, producto del estallido social de Octubre, con respecto a la legitimidad del poder. En palabras de Paula “la crisis actual es constitucional porque se trata del despertar del soberano durmiente”, lo cual implica pensar en un nuevo contrato social que determine una nueva distribución del poder en la sociedad de acorde a los nuevos tiempos, para así dotar de legitimidad a las reglas que nos rigen como país.

Incorporamos también, en la sección de artículos traducidos, ¿Qué es ser de izquierda?, artículo de Peter Frase, originalmente publicado en la revista inglesa Jacobin, donde se señala que la izquierda debe elaborar un proyecto que plantee ir más allá de la humanización del capitalismo. El autor pone énfasis en las características democráticas del socialismo respecto al régimen liberal y aboga por superar al capitalismo –que dentro de sus márgenes limita a la izquierda a mejorar las condiciones materiales de la clase obrera–, para avanzar hacia la construcción de un horizonte de posibilidades comunes que permitan “imaginar, anticipar y pelear por un mundo sin jefes, más allá de la clase, raza y género”.

En la sección Cultura, presentamos también una traducción de un artículo sobre la película Joker, de Karthick Ram Manoharan, donde señala que la crítica a la glorificación del personaje principal de este film es un tanto hipócrita, ya que omite la existencia de otro personaje protagonista de la saga, Batman, que alcanza mayores niveles de victimización. Por una parte, el Joker es un personaje que desarrolla su actuar producto del abuso familiar y de las injusticias del sistema (mala salud pública, desempleo, entre otros); por otra, Batman, o Bruce Wayne, es un millonario que en su niñez fue violentamente despojado de sus padres y por ello busca vengarse contra la delincuencia que lo privó de su familia. Por lo tanto, la crítica se centra en el juicio a quien se rebela contra un sistema injusto –Joker–, para enaltecer la figura del vigilante del orden que toma la justicia por sus propias manos.

Finalmente, para terminar, al igual que en los números anteriores contamos con un personaje destacado, que a partir de esta edición contará con una sección propia. Él es Santiago Ramos, “El Quebradino”, tipógrafo que redactó El diario del pueblo en 1842. Fue discípulo de Simón Rodríguez y cercano a las ideas de fraternidad de Francisco Bilbao. Beatriz Silva, parte del equipo editorial de Heterodoxia, presenta un perfil de este desconocido e interesante personaje, que simboliza a muchas y muchos que en aquella época no tuvieron voz ni reconocimiento al no formar parte ni compartir las ideas de la élite.

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