A propósito de la caída del neoliberalismo chileno: El error de creer que la democracia moderna es un programa liberal

Es un evidente error filosófico político sostener al liberalismo como una corriente de pensamiento y acción política que es el origen de los movimientos democráticos modernos y de sus consiguientes instituciones. Se encuentra muy extendido entender por liberalismo posiciones normativas como el republicanismo democrático u oligárquico e incluso dimensiones políticas como los son las diversas tradiciones socialdemócratas europeas.

Lo primero es sostener que, de acuerdo con Domènech (2004), Gauthier (2007) y Casassas (2010), el origen del pensamiento liberal, como doctrina y despliegue político, nace en las Cortez de Cádiz de 1812 y presenta sus primeras armas en una contingencia política real con la Monarquía Orleanista de 1848. Por este motivo, establecer a intelectuales como Adam Smith en un pensador liberal es un anacronismo y es más bien, como sostiene Casassas (2010), un intelectual que piensa la libertad, como dimensión económica, en la “aguas” normativas del pensamiento republicano. Es por esto que el propio Casassas llega a establecer que la economía política de Smith es un republicanismo comercial en variante oligárquica, o por lo menos no democrática.

El liberalismo, como idea, puede ser abordado desde sus dimensiones académicas y las propiamente políticas, o sea, partidos liberales realmente existente. Entre ellos existen variadas diferencias, pero comparten una matriz común respecto a lo que se entiende como el principio de neutralidad que llevado a la dimensión política es: la neutralidad del Estado. Por este motivo, los “primeros” liberales de diversos continentes fueron contrarios a que cualquier factor, sea este la educación u otro, pueda limitar la acción de los individuos y sobre todo el uso exclusivo y excluyente de sus propiedades.

Debido a esto, buena parte de los partidos liberales se opusieron a los sistemas nacionales y universales de educación y, cuando ya los aceptaron, los diseñaron como subsistemas estratificados que ni siquiera tenían capacidad de movilidad social. En este sentido, el pensamiento realmente liberal del siglo XIX, iniciado en España, respondía a un sincretismo entre una concepción de libertad hobbesiana, nociones de mercados privados fisiócrata y condiciones de regulación social republicanas oligárquicas. Por estos motivos, el programa económico político del liberalismo decimonónico implicaba la construcción de un mercado único de tipo nacional privado, en el que su gobierno dependiente de intereses de industriales y grandes agricultores, cuya posición fundó las bases socio-económicas del origen del capitalismo. A este programa se opuso el republicanismo democrático y oligárquico con una economía política de productores directos, articulados en mercados públicamente regulados, como diseño contrario a la construcción de mercados privados de grandes propietarios con tendencia monopólica.

Un hecho concreto para reconocer los distintos programas en el caso chileno es la discusión por el rol de la banca y la emisión de créditos. Para los intelectuales independentistas republicanos, como Camilo Henríquez, la emisión de crédito debía ser pública (Gárate, 2012:63), en cambio para Courcelle-Seneuil, intelectual liberal, esta debía ser privada y sin ningún tipo de regulación (Benegas Lynch, 2010). Lo propio pasó con los diversos sistemas nacionales y universales de salud, educación y protección social en los movimientos políticos liberales que opusieron y limitaron los diseños institucionales democráticos de los movimientos políticos republicanos y socialistas. Es a estos últimos movimientos que les debemos los sistemas públicos de salud, educación, vivienda, protección o instituciones de representación política, como los parlamentos, y han sido los diversos movimientos liberales quienes han buscado cercenar estas instituciones vaciándolas de capacidades reales de regulación o desfinanciado su funcionamiento efectivo.

El liberalismo, como verdadera tradición histórica decimonónica, fue y es una fuerza política que promovió en sus orígenes una oligarquía isonómica, o sea, un modelo de monarquía constitucional anti parlamentario, anti democrático y anti republicano. Esto es lo que constituye el realmente existente liberalismo, al que no tenemos nada que agradecer ni menos promover.

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