Convención constitucional ¿capitalismo reformado o reformas anticapitalistas?

A partir del 18 de octubre de 2019 se abrió un nuevo ciclo político en Chile, cuyo itinerario institucional ha vivido las etapas de plebiscito por un nueva Constitución, la elección de convencionales constituyentes y ahora el inicio formal del trabajo de dicha convención. Su desarrollo y resultado serán cruciales dentro de la serie de fenómenos políticos emergentes, entre ellos la formación de nuevos partidos políticos y el declive de algunos tradicionales, la configuración de nuevas alianzas y la puesta en marcha de idearios programáticos que confrontan el consenso del ciclo anterior. Pero todo este escenario será determinado por el tipo de reformas que habiliten principios, reglas y normas que den cabida a estos nuevos actores o, de lo contrario, por la capacidad del movimiento popular de desbordar lo que pretende instituirse si allí no encuentra legitimidad.

La izquierda, durante el siglo XX, contrariamente a la opinión de algunos/as políticos/as e intelectuales, experimentó diversas formas de acción y articulación en todos los continentes. Al mismo tiempo que el movimiento popular y obrero europeo amenazaba sus monarquías constitucionales, en América Latina el movimiento popular minaba el poder incontrastable de sus republicas oligárquicas a través, precisamente, de un ciclo de revueltas y revoluciones que sustituyeron los partidos de honorables por los partidos de masas y las viejas constituciones por nuevas constituciones pro legislador/a. Durante este proceso, el movimiento popular mundial promovió activamente las huelgas, las luchas callejeras y la acción parlamentaria como marco para el desarrollo de una política del control obrero como modelo de gestión económica, el voto universal, republicas sociales y sistemas públicos de protección social, salud y educación con el objetivo de desmercantilizar la vida social, a tal punto que el capitalismo dejase de ser un sistema ordenador de la vida social.

Durante ese proceso de experimentación política, Europa vivió su segunda guerra y, como resultado, originó un pacto entre el movimiento obrero, que renuncia a su programa de control obrero, y el empresariado, que acepta bloquear constitucionalmente derechos sociales para no ser modificados por mayorías parlamentarias. Eso dio origen al denominado Estado de Bienestar. Mientras tanto, la izquierda Latinoamericana pudo continuar experimentando reformas mucho más radicales en política que derivaron en eventos como la Unidad Popular chilena, que mantenía en su programa el control de la economía a través de cogestión obrera, precisamente porque el articulado sobre propiedad privada de la constitución de 1925 lo permitía y no era materia de pacto social concertado.

Si bien la Unidad Popular chilena no logró estabilizarse como experiencia política, los pactos de postguerra y sus modelos de Estados de Bienestar han vivido lo suficiente para dar cuenta de no son suficientes para afectar las dinámicas constitutivas y altamente dañinas del capitalismo, tanto en las personas como en el planeta en su conjunto.

Existe, sin duda, tras el invierno neoliberal, la tentación de darse por satisfecho con sostener un Estado social de derechos como último horizonte. Es más bien un piso que, para dar viabilidad a la subsistencia de nuestra especie y del planeta, necesita articularse con reformas anticapitalistas que emanarán ya no de la Constitución sino del escenario político contingente. En este sentido, la apropiación y uso del patrimonio natural como derecho debe permitir estrangular la extracción de recursos que son insostenibles ambientalmente e ineficaces económicamente; el derecho a la vivienda no solo debe garantizar su viabilidad, sino también permitir asfixiar al rentismo inmobiliario; el derecho a la educación o salud no solo deben garantizar su efectividad, sino junto con ello acorralar la inversión financiera privada; en materia laboral y de derechos políticos, el derecho a huelga no solo debe consagrarse como un marco de negociación, sino también como una herramienta política para avanzar hacia un control democrático de las empresas; y, por último, tal vez uno de los desafíos más importantes, la plurinacionalidad debe articularse como una real co-gobernanza soberana entre los pueblos de la república.

En este nuevo periodo, la combatividad e inteligencia de las izquierdas chilenas serán decisivas para poder cristalizar lo que se abrió en el ciclo de 1970 y que fue derrotado por las contra reformas de la dictadura. Sin embargo, con toda la experiencia acumulada en las luchas pasadas, lo que ahora emerge también se enfrenta a la falta de tiempo respecto a la viabilidad de nuestro planeta, ya sea por la capacidad de adaptación del capitalismo o por su versión neoliberal desatada.

La lucha contra el capitalismo es –siempre lo fue– una lucha por la subsistencia.

Equipo Editorial – Heterodoxia

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