La Opereta de La Elite Minoritaria en la Convención

Editorial

Desde la semana pasada, en el marco de la Convención Constituyente, se ha hablado mucho sobre la tiranía de la mayoría, en alusión a que la mayoría de lxs constituyentes estaría actuando de manera ilegítima para impedir que las ideas de la derecha tengan visibilidad e incluso “voz” al interior de la Convención. De este modo, en los medios, tanto Marcela Cubillos como Lucía Santa Cruz y Luis Larraín –los últimos del Centro Libertad y Desarrollo– han hecho hincapié en este punto, en editoriales tanto en La Tercera, como en El Mercurio el 8 y 10 de julio respectivamente, buscando legitimar esta mirada en el sector social y económico que no solo los apoya, sino que también los financia. Y para algunas personas dentro y fuera de la Convención, el llanto de la élite ha sonado razonable.

No obstante, resulta sospechosa la crítica realizada por la derecha en cuanto a ser minoría, pues más que minoría son una élite o bien, una oligarquía que históricamente ha monopolizado el poder y expulsado a “las masas” de los espacios de decisión. Hoy son minoría numérica bajo las mismas lógicas acordadas por ellos, pero de haber ganado más representantes en la Convención, no estarían preocupados por abrir espacio a otras fuerzas políticas. Mucho menos lo han estado por abrir espacios de representación a otros sectores sociales de nuestro país durante toda nuestra historia moderna.

En este sentido, la derecha nunca se ha preocupado de dar lugar, en los espacios de representación, a las mayorías, las que solo de manera muy limitada, han tenido representación política. Si por un lado, el Congreso chileno ha estado hegemonizado por una minoría proveniente de la élite (Informe PNUD, 2017), por otro lado, según constata la investigación de Nicholas Carnes (2015), en América Latina –incluido Chile– la clase social alta ha estado sobrerrepresentada en los distintos congresos nacionales, mientras que la clase social de “trabajadores” está representada en apenas un 30% en dichas instancias, pese a que, en el caso de Chile el 70% de su población pertenece a ella. Lo mismo ha sucedido con la representación política de las mujeres, las que, si no fuera por la paridad aprobada para la Convención, también estarían subrepresentadas en dicha instancia.

Pero esto la derecha lo tiene claro. Cuando la derecha habla de “tiranía de la mayoría” no lo hace solamente en términos numéricos o proporcionales respecto de una instancia específica. El origen del término “tiranía de las mayorías” hace alusión a un orden jerárquico, a una estructura social y de propiedad en la cual “las mayorías” son las masas, el pueblo o el demos de la demos-cracia. Esta fórmula política se opone –y así lo hizo ver Aristóteles– a la aristocracia o “gobierno de los mejores”. No hay que olvidar que Aristóteles, precisamente, era más proclive esta última forma de gobierno y rechazaba la participación del pueblo (trabajador) ateniense en las decisiones políticas.

De la misma forma, cuando James Madison, después de la Revolución en Estados Unidos y en el contexto de discusión del voto universal en la Constitución de ese país, hablaba de las mayorías, hacía referencia a cómo éstas harían peligrar la propiedad (de los ricos), motivo por el cual había que mantenerlas fuera del gobierno:

“Mirando las cosas tal como son, los propietarios de tierra del país serían los más seguros depositarios de la libertad republicana. En los tiempos venideros, una gran mayoría del pueblo no sólo estará desprovista de tierras, sino de cualquier otro tipo de propiedad. Éstos, o bien se juntarán bajo la influencia de su común situación, en cuyo caso, si la autoridad se mantiene en sus manos por el imperio del sufragio, los derechos de propiedad y la libertad pública no estarán seguros en sus manos; o bien, lo que es más probable, se convertirán en instrumentos de la opulencia y la ambición, en cuyo caso ambas partes correrán el mismo peligro.” (James Madison, 1787, a propósito de introducir el sufragio universal en la Constitución de Estados Unidos, citado en Antoni Domenech, El Eclipse de la Fraternidad, 2005)

En el actual contexto, así como en el pasado, existe un claro rechazo de parte de la derecha (y de otros conglomerados políticos) a la participación del pueblo trabajador y de sectores históricamente marginados -como los pueblos originarios-, en las instancias constituyentes y representativas. Sin embargo, hoy una parte de estos sectores está presente en la Convención y forma una mayoría. Y esta mayoría no está ahí por pertenecer “a los mejores” en el sentido aristocrático o elitista, sino por representar a distintos sectores de la sociedad con todas sus diferencias y similitudes, que les separan a su vez, de la minoritaria élite.

En este sentido, -y respondiendo a uno de los comentarios sobre las “mayorías tiránicas”- no es la inteligencia –ni tampoco una indefinida neutralidad– lo que asegura la discusión y el debate político en la Convención Constituyente; la posibilidad de tomar decisiones colectivas acordes a nuestra realidad, pasa tanto por una preparación ad-hoc, como también por la posibilidad de debatir y (re)presentar las diferencias de un territorio desigual, así como colegir puntos en común afianzando aquello que beneficia al colectivo y que, por tanto, no puede ni debería ser apropiado por el poder del dinero. Es ahí donde importa una mayoría diversa, con capacidad -y sin conflictos de interés- para discutir sobre lo público.

A esto es precisamente lo que teme la derecha. A una mayoría que tienda hacia la reconfiguración y recuperación de lo que se entiende como común: el agua, la tierra, el mar, las playas, los lagos y la vida misma. Le temen porque un proyecto de mayorías democrático y democratizador, le impediría a esta oligarquía guardar y vender sus espacios de “libertad privatizada”. Es en este último espacio donde mejor actúa la derecha, a través de la apropiación y la inversión en favor de sus intereses privados, la que, para bien, y sorpresivamente no tuvo los réditos deseados (e invertidos) en las elecciones para la Convención.

Es en este espacio, sin embargo, donde la derecha -haciéndose pasar por minoría- persiste en resguardar su espacio privado y elitista de representación. Y eso a pesar de que nunca se ha preocupado de las minorías vulnerables, violentadas, ni de la mayoría de mujeres y hombres que no tienen capital, poder político y/o soporte económico para resolver la vida cotidiana. Mientras tanto, una amplia mayoría de convencionales expresa a cabalidad lo que la ciencia política llama “representatividad descriptiva”, es decir, expresan todas las diferencias culturales y sociales presentes en nuestrol territorio nacional.

Es de esperar que ese Chile real prevalezca, incluso a pesar del normal conflicto que trae la diferencia presente en la Convención. Dicho conflicto es al menos una muestra fidedigna y sincera de lo que es nuestra sociedad. La ausencia de conflicto no es más que la normalización de la “displicencia”.


Equipo Editorial Heterodoxia

1 Comment

  1. Sería interesante darles a leer a esa “minoría”, el libro “El reparto de lo sensible” de Jacques Rancière. Se darían cuenta que lo común es lo que vale y que quienes nunca hemos tenido nada, ni una pizca de participación directa en la toma de decisiones, ahora, luego de esta reconfiguración del tiempo y del espacio, los cuerpos que lo habitamos nos hemos vuelto visibles. Buen artículo.

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