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Ciencia y subterfugios en la economía

Jayati Ghosh* |www.project-syndicate.orh, Publicada el 14 febrero 2019.
Traducción: Francisco Larrabe.

Nueva Delhi – La economía imperante tiene la tendencia a tomar decisiones en base a conclusiones “establecidas” y aferrarse a ellas, a pesar de toda la evidencia que haya en contra. De por sí esto ya es malo, pero lo que podría ser peor para una disciplina que afirma ser una ciencia, es la falta de insistencia en la replicabilidad de resultados empíricos. Esto es lo estándar y esencial en la mayoría de las ciencias naturales; en economía, por el contrario,  existe más bien una indiferencia y ocasionalmente, incluso, una férrea resistencia a replicar los resultados. En algunos casos, incluso, los datos que se deben utilizar para replicar las conclusiones son negados a otros investigadores.

La razón es, a menudo, profundamente política, ya que los resultados divulgados y diseminados concuerdan con visiones de la economía que apoyan particulares posiciones ideológicas y posturas políticas asociadas. Por ejemplo, el trabajo empírico que respalda la austeridad fiscal o la desregulación de los mercados es citado extensivamente y se convierten en la base para poner en marcha esas políticas en particular. Muy raras veces estos trabajos están sujetos al escrutinio – por ejemplo, desafiar sus supuestos y cuestionar sus procedimientos estadísticos – lo que sería la norma para investigar en las ciencias naturales. 

Considere la afirmación hecha por Stephen Moore y Arthur B. Laffer respecto a que la rebaja de impuestos presentada por Trump en los EE.UU. no solo se paga por sí sola, sino que en realidad también disminuye el déficit fiscal a la vez que genera más inversión privada. Su afirmación era completamente errónea, pero de alguna manera la realidad económica pareció haber tenido poco impacto en quienes continuaron creyendo la aseveración de la Curva Laffer, que tasas de impuestos más bajas generarán ganancias impositivas más altas.

Un nuevo informe de Servaas Storm viene a echar por tierra, de manera efectiva, otro famoso tropo de la economía neoliberal: el argumento de que las “rigideces” del mercado laboral deprimen la producción y el empleo. Una de las investigaciones empíricas citadas con mayor frecuencia para este argumento es un informe de Timothy Besley y Robin Burgess que hace uso de datos de producción en varios estados de la India durante los periodos de 1958-92. Besley y Burgess afirmaron mostrar que regulaciones pro-trabajadores en algunos estados resultaron en una más baja producción, empleo, inversión y productividad, y que incluso aumentaron la pobreza urbana, en comparación con estados que no adoptaron esas regulaciones.

La conclusión de Storm vino a socavar la creencia generalizada de que la regulación del mercado laboral es dañina para la expansión industrial y que la manera de incrementar la producción y el empleo en la industria manufacturera es promoviendo más la “flexibilidad” del mercado laboral por medio de la derogación a leyes que protejan a los trabajadores. Sin embargo, esta creencia generalizada no solo prevaleció en India; influyó en políticas afines dentro de un amplio rango de países en desarrollo. Y a pesar de que varios economistas levantaron serias inquietudes respecto a la metodología que Besley y Burgess adoptaron, sus críticas nunca tuvieron la suficiente fuerza entre los legisladores.

Pero la crítica de Storm es más importante, pues su estudio reporta una falla al replicar los descubrimientos de Besley y Burgess, y demuestra que la conclusión de ambos concerniente al impacto de la regulación laboral en el desempeño productivo no es estadísticamente robusta. Storm descubre que los resultados no solo son inconsistentes con los supuestos teóricos de los autores, sino que además son contradictorios en sí mismos y empíricamente poco probables, por lo que llega a la devastadora conclusión de que “el informe es una vergüenza profesional… ilustra casi perfectamente cómo una mezcla de pretensión científica  y un profundo deseo por obtener respetabilidad pueden llevar a un empirismo gratuito en el que predomina la evidencia engañosa.

¿Cómo fue entonces que Besley y Burgess se salieron con la suya, y por qué sus resultados no han sido descartados más exhaustivamente de la literatura económica y de los círculos políticos? A fin de cuentas su artículo fue publicado en una de las revistas económicas con revisión por pares de doble ciego de primer nivel. El informe se utilizó para justificar una ola de desregulación del mercado laboral a lo largo del mundo, perjudicando a los trabajadores. Por esto es que la profunda complicidad de la profesión económica – y de los diarios académicos más importantes que confieren “respetabilidad” a las investigaciones – tiene que ser expuesta y denunciada por esto.

No es ningún secreto que la economía ha operado al servicio del poder. John Kenneth Galbraith se dio cuenta en 1973 que la economía dominante se había convertido en el “aliado invaluable de aquellos cuyo ejercicio del poder depende de un público complaciente”. Así y todo, desde entonces los economistas han aceptado ese rol con mucha más fuerza. Sin embargo, también los ha hecho menos relevantes y ha reducido su legitimidad y credibilidad. Los economistas ya no son vistos por gran parte del público como aquellos que estén haciendo las preguntas correctas o que estén buscando responderles con integridad.

Para recobrar la credibilidad, la economía debe ser más abierta a aceptar críticas a sus suposiciones, métodos y resultados.  Las verdades inconvenientes dichas por voces disidentes no pueden seguir siendo ignoradas de forma indefinida. Tarde o temprano la realidad se asoma.

*Jayati Ghosh es Profesor de Economía en Jawaharlal Nehru University en Nueva Delhi, Secretario Ejecutivo de International Development Economics Assiciates, y miembro de la Independent Commision for the Reform of International Corporate Taxation.

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