Las mil caras de Roque Dalton (1935-1975)

Mis lágrimas, hasta mis lágrimas
endurecieron.
Yo que creía en todo.
En todos.
Yo que sólo pedía un poco de ternura,
lo que no cuesta nada,
a no ser el corazón.
Ahora es tarde ya.
Ahora la ternura no basta.
He probado el sabor de la pólvora.

Roque Dalton

Por Benjamín Escobar

Guillermo Cabrera Infante, en Tres tristes tigres (1965), nos pone frente a la disyuntiva de la canonización de los mártires en las narrativas revolucionarias. Uno de sus personajes expresa el hartazgo que tiene contra los martianos: “En un tiempo admiré mucho a José Martí, pero luego hubo tanta bobería y tal afán de hacerlo un santo y cada cabrón convirtiéndolo en su estandarte, que me disgustaba el mero sonido de la palabra martiano” (406). El héroe subversivo es utilizado para construir identidad en el colectivo. Los sueños de justicia y modernidad encarnados en estas vidas ejemplares. Esta disyuntiva se podría aplicar a la construcción post mortem de Roque Dalton, pues desde el día en que murió a manos de un tribunal guerrillero se abre una disputa por construirlo narrativamente frente a la historia y  la contingencia. Aunque el mito de Dalton no solo se cierra en la imagen del poeta/guerrillero, sino también por los vacíos en la explicación de su muerte. El cuerpo no ha sido encontrado y las razones de por qué lo mataron todavía son difusas. Se dice que fue una lucha ideológica interna entre la misma guerrilla Salvadoreña, que el poeta habría sido acusado por compañeros de partidos de ser un doble agente de la CIA y de los cubanos. En efecto, son variados los puntos de vista en que se puede mirar a Dalton y en esta columna se presentarán algunos perfiles que permiten armar un pedazo del puzle.   

Una primera versión de Dalton, la construye el mismo en su oficio de poeta, ya que por medio de sus versos se va construyendo para la posteridad: “Dejará a lo largo de toda su vida, un registro poético de estas historias, es de alguna manera un poeta autobiográfico” (Taibo). Miguel Huezo Mixco llama a su poesía “la estética extrema”, puesto que se escribe en situaciones límites como el exilio, la clandestinidad o la guerra. En esta estética el poeta se presenta como un ejemplo moral, que se enfrenta a la disyuntiva de tomar las armas o traicionar a su pueblo. Se vuelve necesaria la ruptura con las formas anteriores, pues surge de la necesidad que genera la acción política. En palabras del propio Dalton: “Dejar atrás cierta forma de hacer poesía en América Latina, que fue fundada a mi modo de ver por Pablo Neruda. Que hace de la poesía himno, canto, que se dedica a cantar a las cosas, a los heroísmos de los hombres. Una poesía que en vez de cantar plantee los conflictos, para que el hombre cobre conciencia”. El oficio de poeta al que le dedica su vida Dalton, está marcado por jugar un papel directo en la emancipación, por lo que se distancia de la imagen del intelectual para otorgarle preponderancia a la acción política. 

Paco Ignacio Taibo II revela otros antecedentes del poeta en “Los nuestros” de TELESUR. Un programa de TV en que se muestran revolucionarios del siglo XX (Rodolfo Walsh, Tony Guiteras o Lázaro Cárdenas) bajo la consigna “un pueblo es memoria”. En el capítulo dedicado a Dalton se busca reivindicar a esa generación de escritores, que se inmoló por un sueño en la hoguera de los sesenta. Se define al salvadoreño como “al poeta latinoamericano que podías tocar”, el que con sus versos más impacto causó a su generación. Asimismo, se refuerza la concepción de poesía como una herramienta de concientización de los pueblos. Con esta clave de lectura es que viaja hasta los distintos lugares donde vivió el poeta para tomar registro y testimonio de lo que fue su vida. En el barrio de San Miguelito nos enteramos que fue hijo de una enfermera y un “misterioso” personaje norteamericano. Según Taibo, desde chiquitito imaginó que su padre es parte de una banda de Arizona llamada Los Dalton: “le atraía la idea de ser heredero de esos asaltadores de bancos”. En la adolescencia se viene a estudiar leyes a la Universidad de Chile. Conoce accidentalmente a  Diego Rivera y lo intenta entrevistar. Cuando el pintor mexicano se entera de que era socialcristiano y nunca había leído a Marx, lo manda “al coño de su madre” y le deja la duda sobre quién era el intelectual alemán. En su etapa de adulto llega a la Unión Soviética y se da cuenta que el rebelde pesa más que el militante. Paseando por los monumentos históricos de la ciudad  “propone que el mausoleo de Lenin hay que delimitarlo”. Es con este tipo de anécdotas que “Los nuestros” construye el perfil del Dalton. Una especie de novela de aprendizaje, que permite conocer las distintas etapas que terminaron por formar al  revolucionario. 

Otras características al perfil, las agrega Horacio Castellano Moya, en la interpretación que realiza de la correspondencia clandestina (1973-1975) de Dalton. Las cartas se circunscriben a la entrada clandestina al Salvador, con un pasaporte falso y con la modificación de su rostro por una cirugía facial. En esta interpretación no interesa la figura del riguroso combatiente clandestino, sino las cosas mundanas que revelan las cartas. Teniendo en consideración que, en el mundo de las conspiraciones clandestinas, las cosas que se escriben en la correspondencia no son siempre lo que aparentan. Algo que nunca abandona el poeta es la preocupación por la publicación de su obra: la gestión de sus libros en editoriales o el pago por derechos de autor. En esta preocupación, Castellano Moya, advierte el reiterativo regateo de dinero que realiza el poeta sobre Aída (su ex señora). Incluso plantea que en esta desesperación no toma en consideración que ella trabaja mecanografiando su obra no publicada y criando a sus tres hijos adolescentes ¿La guerrilla le solicitaba un diezmo por la causa? ¿La revolución justificaba el sacrificio familiar? Otro elemento en que se fija el ensayo es en la relación que tiene con la actriz cubana Miriam Lezcano, a la cual llama en las cartas “cabecita de fósforo” o “culo blanco”. En estas se observa que ella no es del todo confiable, por lo que nunca se entera de los planes secretos en que andaba Dalton mientras escribía las cartas. Le inventaba historia de sus aventuras de Vietnam, cuando se encontraba clandestino en el Salvador. Para Castellano Moya, estas cartas constituyen un desconcertante ejercicio de ficción o un ejemplo de cómo la verdad puede ser desbordada bajo la servidumbre de la política. Al punto que lo considera una burla implícita, que para Dalton y el mundo que lo rodea es justificable en nombre de la revolución. Las observaciones del ensayo revelan fisuras en el ejemplo de moral que buscaba encarnar el poeta, y además, abren preguntas con respecto a las contradicciones presentes en la martirización del sujeto revolucionario. 

Los distintos perfiles sobre Roque Dalton, no permiten pensarlo solo en la dicotomía de prosa revolucionaria o contra/revolucionaria. La falta de justicia por su muerte, la descripción del poeta en acción, la retórica del revolucionario y la cotidianidad de su correspondencia abren aristas que van más allá del monumento de piedra. Son las mil caras del poeta salvadoreño, que sigue apareciendo en los lugares menos esperados.  

Referencias 

Guillermo Cabrera Infante “Tres triste tigres” (1965, editorial ESPASA)

Miguel Huezo Mixco “Expedicionarios” (2016, editorial Laberinto)

Paco Ignacio Taibo II “Los nuestros” (2014, TELESUR) 

 Horacio Castellano Moya “Daltón: correspondencia clandestina 1973-1675” (https://www.plazapublica.com.gt/content/dalton-correspondencia-clandestina-1973-1975)

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